miércoles, 4 de noviembre de 2020

En nombre del Padre

        Las semanas pasaban y los ministros seguían bloqueando la comunicación entre el soberano y los ciudadanos. Los sindicalistas seguían en la plaza, habían sido entrevistados en varias ocasiones por la prensa pero nunca habían sido difundidos los reportajes. Era obvio que alguien estaba muy interesado en que no se sepa que los manifestantes estaban allí. Finalmente la huelga fue declarada ilegal y los manifestantes desalojados de la plaza y detenidos. Aparentemente no había manera de acceder al rey. –necesitamos un milagro- comentaron. En un conciliábulo de acción que el sindicato promovió con la participación de Sottocorno éste comentó que una vez con “el camino de la luz” se habían infiltrado dentro de una organización disfrazándose de operarios.

Entonces comenzaron a planear la estrategia. Era un asunto delicado esto de infiltrarse en el palacio real. Podíamos terminar todos en la horca. Máximo se propuso como carne de cañón. Habían notado durante la estadía frente a las puertas del palacio que los viernes, cerca de medianoche el Obispo se escapaba y regresaba pasadas las dos. Sólo era cuestión de identificar el destino de su fuga. Viajaron, en varios vehículos, un pequeño grupo de cuatro nuevamente a la capital y se ubicaron en puntos estratégicos.

        Los distintos vehículos se turnaban estacionados en la plaza en el lado opuesto a la entrada del palacio. Sottocorno se dejó crecer la barba y pasaba largas horas leyendo el diario y observando de reojo el movimiento de la puerta principal del palacio. El viernes a la noche comenzaron a acelerarse los corazones. Nadie sabía bien cual era la idea de Máximo. No querían caer en la criminalidad de un secuestro; pero algo había que hacer y eran los cuatro hombres de armas tomar. Cerca de medianoche asomó por las inmensas rejas negras del palacio el ángel plateado de un Rolls-Royce, dentro de él la estampa sexagenaria del obispo. En el extremo opuesto de la plaza un automóvil encendió su motor realizó un cambio de luces y comenzó una lenta marcha con las farolas apagadas. 

 

        -Mira ese imbécil- comentó Máximo a su acompañante y encendió el motor de la camioneta en que estaban. Encendió las luces que fueron vistas dos cuadras atrás por el tercer vehículo. El obispo se dirigía por la avenida hacia la costanera. Y a considerable distancia y considerablemente alejados entre sí, los insurrectos. Al notar la marcha del primer vehículo y que este se desplazaba con las farolas apagadas la custodia de la portería de palacio los detuvo. Mientras los oficiales detenían el vehículo e identificaban al conductor, el segundo vehículo, la camioneta en la que viajaban Sottocorno y el otro, pasaba junto a los gendarmes sin llamar la atención. 

 

        -¡Buó! ¡Ni que lo hubiésemos planeado- susurró Máximo- mordieron el señuelo.

 

        Acortaron la distancia entre la camioneta y el Rolls del obispo seguidos de cerca por el tercer vehículo. Ocho cuadras adelante estacionaron la camioneta permitiendo que el otro vehículo siguiera de cerca al obispo. Unas cuadras más allá renovaron la posta siguiendo la camioneta de cerca al Rolls-Royce y ocultándose el automóvil entre el transito una cuadra por detrás. Finalmente el automóvil en que viajaba el obispo se detuvo en una calle oscura y poco transitada. Máximo encendió las balizas, inmediatamente las apagó y una cuadra más adelante se estacionó frente a un garaje. El otro vehículo aparcó en la vereda opuesta casi enfrente del Rolls. El ocupante apagó el motor, descendió del automóvil y caminó en el sentido contrario mirando de reojo al vehículo del obispo. Desde la siguiente cuadra, Máximo y su acompañante observaban sin descender de la camioneta. 

 

        El pontífice descendió del lujoso automóvil y se encaminó hacia la esquina en que se hallaba Sottocorno. Dobló la esquina hacia el norte y caminó media cuadra hasta un caserón antiguo que ostentaba un farolito con un foco rojo en la puerta. Ingresó sin golpear.

 

        Luego de cinco o seis minutos uno de los insurrectos era expulsado a empujones del lugar: 

 

        - Lo siento señor- le dijo un gorila tamaño ropero- solamente clientes.

 

        En la esquina se reencontró con los demás y les dijo: 

 

        - Es un puterío... mirá el obispo, se avispó.

 

        -¡No me digas!- respondieron a unísono-no nos dimos cuenta. Y rieron por un rato los tres.

 

        -Muchachos- habló Máximo- esto es así. Corroboramos que no hay nadie en el Rolls-Roys del cura este. Si hay alguien... y se va a complicar un poco. Bueno: si no hay nadie, desconectamos la alarma, forzamos el baúl y escondido allí entro a palacio.

 

        -¿Y después qué hacemos?- preguntó uno de ellos.

 

        -Y... después me las arreglaré.-finalizó Máximo. 

 

        Él sabía de esta clase de trucos, ya los había practicado durante unos cuantos años. Todavía vivía, ésa era la prueba de que sabía hacerlo bien. Si no, no lo hubiera contado. Al pasar junto al vehículo pudieron ver que había un hombre sentado al volante. Se miraron los tres y Máximo insultó a uno de sus compañeros:

 

        -Pero quién te creés, enfermo!?- entonces lo empujó. 

 

        Éste lo miró sorprendido pero sólo pudo ver el puño de Máximo entrando en su ojo. Lo tomó por las ropas y lo arrojó contra el Rolls. El tercer hombre intentaba calmarlo cuando llegó a ver que Máximo le guiñaba el ojo. El ocupante del automóvil bajó rápidamente interviniendo en la pelea. “Es un ropero” pensó Sottocorno mientras lo veía venírsele encima. Siguió zamarreando a su compañero entretanto medía al otro que se le acercaba a los gritos: 

 

        -Señor: ¡cálmese, por qué no habla con su amigo! 

 

        Esperó pacientemente segundos que se le hicieron eternos, como si la escena trascurriera en cámara lenta. Hasta que el canario pisó el palito. El chofer / custodio del obispo se acercó a Sottocorno y le tomó por el hombro. “Caíste” pensó e inmediatamente giró sobre sus talones y como un rayo estrelló su puño con tremenda violencia contra el esternón del chofer. Éste puso blanda la expresión y blancos los ojos. Acto seguido se desplomó.

 

         -Perfecto. Muchachos: acomódenlo tal que no se lo vea desde la calle.

 

        Los muchachos acomodaban al infortunado a la vez que Máximo abría el baúl del automóvil. Luego se les acercó y dio las directivas: 

 

        -Ahora me escondo en el baúl y ustedes lo reaniman. Vos, sentalo. Y vos le golpeás la espalda hasta que notes que ya respira bien. Le explican luego que yo me escapé y le mienten alguna excusa por la riña. 

 

        Así lo hicieron, seguidamente uno de ellos se dirigió al auto que estaba frente al Rolls y el otro caminó hasta la camioneta en la esquina. Ambos vehículos encendieron los motores y partieron rumbo a palacio. A dos cuadras de la plaza central, frente a un bar se hallaba el tercer vehículo. Buscaron al cuarto hombre y partieron de regreso a González Plata, cerca de los confines del reino. 

 

        -¿Qué te pasó con la custodia de palacio?- le preguntaron antes de partir. –Nada-respondió- Sólo me multaron por circular con las luces apagadas. Fue un momento de gran tensión, no sabía qué decirles.

 

        En el barrio del burdel el chofer del Rolls-Roys estaba medio desconcertado. Nunca lo habían madrugado así. Esperó largo rato el regreso del obispo y ni palabra de lo sucedido. El pontífice regresó al automóvil con una mal disimulada sonrisa, los labios marcados de rouge y con un leve olor a alcohol. Antes de abrir la puerta trasera hizo la señal de la cruz, luego otra como bendiciendo al barrio. Se introdujo y acomodó en el asiento y durmió plácidamente hasta que, una vez dentro de palacio, su chofer lo despertó. El conductor acompañó hasta sus aposentos al sacerdote y se marchó. Dejando al lujoso Rolls acompañado de una veintena de vehículos de características similares dentro de una cochera del tamaño de un hangar. Dentro, en lo profundo de las metálicas entrañas forradas en cuero blanco, Sottocorno aguardaba.

 

        Una vez que hubo sido capaz de percibir el hondo silencio y la soledad reinante en el lugar Máximo giró su cuerpo hasta quedar boca arriba, con los pies contra en asiento trasero y la cabeza contra la cajuela del baúl. Tomó aire y comenzó a patear con ambos talones el asiento. Pateó largo rato hasta que confirmó que no abriría el compartimiento que unía el habitáculo con el baúl. “Estoy perdido” pensó. El espacioso baúl de manufactura inglesa comenzaba a quedarse sin oxígeno y el calor sofocaba al intruso. Antes de desmayarse producto de la sofocación giró nuevamente su cuerpo ubicándose boca abajo y con la cabeza hacia la proa del automóvil. Comenzó a tantear los rincones sistemáticamente “tiene que haber una palanca, el mecanismo es eléctrico; pero siempre hay una palanca”se decía. Hasta que la encontró, en el extremo superior del lado del acompañante “claro... si estos autos ingleses están construidos al revés”.

 

        Ingresó al habitáculo del automóvil, y por fin respiró una bocanada de aire menos sofocante. Se mantuvo unos instantes de bruces hasta que finalmente pudo comenzar a moverse. Sentado sobre el piso acomodó el respaldo del asiento nuevamente en su lugar. Se sentó, puso cara de vinagre como jugando a imitar al obispo. Y desde esa posición lentamente comenzó a recorrer la cochera con su mirada para decidir así qué dirección tomar. Observó sobre una de las esquinas una pequeña cámara de seguridad. Observó también un cable de acero que supuso de contención para algún perro y por lo demás sólo parecía haber inertes vehículos durante su hora de reposo. Sigilosamente, tratando de hacer el menor ruido posible abrió la puerta trasera del automóvil. Se deslizó hacia el suelo y recostado sobre él lentamente la arrimó cuidando no golpearla. Se arrastró “remando”con los codos para que su andar, en lo posible no fuese detectado por la filmación.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Proyectos inaplicables y la puta costumbre de poner el palo en la rueda Vl

        El nuevo año había comenzado bien, con un hermoso discurso y con el manifiesto formulado por Antonov acerca de su interés por la educación. Pero como era de suponerse, los conflictos pronto comenzarían. Los docentes reclamaban un reajuste salarial ya que la inflación se había disparado un 360 % con el consiguiente detrimento del 70 % del poder adquisitivo de los trabajadores. Pero ni el superintendente de la comunidad regional ni el alcalde ni nadie parecía notarlo. Algunos atribuían el salto inflacionario al efecto caipiriña, otros al efecto tango argentino, otros a la tradicional ceremonia de los grandes estadistas de levantar sus soberanos vestidos y defecar plácidamente sobre el pueblo. La cuestión es que ante semejante cimbronazo cambiario el dinero de los aldeanos no alcanzaba ni para cosechar castañas. Los docentes hicieron escuela convocando a una huelga por tiempo indeterminado. Los médicos se limitaron a atender sólo las urgencias. Los municipales, fieles a Antonov agacharon sus cabezas y el sindicato de la unión del personal civil del reino por tener su delegado un arreglo con el superintendente de la comunidad regional se limitó a concurrir a sus lugares de trabajo... y trabajar. Bueno... es una forma de decir porque nadie controlaba el cumplimiento efectivo de esas tareas ya que hasta carabineros y gendarmes se hallaban auto acuartelados. Y no era para menos si tenemos en cuenta que los caballos habían sido faenados por la esposa del teniente, al patrullero lo usaban de pensión el cabo y su familia, dos de las tres motocicletas habían desaparecido misteriosamente y el celular se había transformado en el deposito de los pocos muebles que aún no habían sido vendidos por los milicos que estaban acampando en el patio trasero del destacamento. Así, de este modo cruel lo que no se había llevado el río en su crecida misteriosa se lo estaba llevando lentamente la devaluación.

Finalmente el ministro de economía empeñó las joyas de la reina y 25 años del futuro y estabilizó un poco la desestabilizada economía. Algunos precios bajaron, otros bajaron un poco más y algunos siguieron en su escalera al cielo. ¿Los sueldos? –bien... gracias. Algunos pesos abonados en bonos de consolidación, un poco en dinero de circulación comarcal dos semanas de retraso en los pagos a perpetuidad y 25 reales de aumento en negro. Es decir (casi) nada. Y obviamente el descuento compulsivo de los días caídos. A todo esto había trascurrido más de un mes y como al alcalde le interesaba mucho la educación tuvo la feliz idea (que fue consentida desde la comisión de educación)

Comunicación General Educacionista

La Real Comisión Nacional De Educación General informa a los educacionistas que se desempeñen en el ámbito del estado que a partir del año en curso quedan suspendidos los festejos y clases alusivas a fiestas patrias y / o fechas memorables de nuestra historia bajo apercibimiento de suspensión y /o expulsión de sus cargos a quienes en ejercicio de la docencia y / o  desempeño en cargos directivos incumplan con la siguiente resolución:

Resolución General

La Real Comisión Nacional De Educación General dispone la suspensión de las festividades patrias atento a los siguientes vistos y considerandos.

Visto

Que durante el curso del corriente la insubordinación del gremio educacionista ha generado la interrupción del normal dictado de clases.

Que dicha interrupción, además de constituir en sí  misma un acto de deslealtad e insurrección, ha provocado la reducción del tiempo de clases de 43 días con sus noches.

Que durante dicha interrupción los alumnos no concurrieron a clases.

Y considerando

Que durante los días en que los alumnos no concurrieron a la escuela no tuvieron clases

Y que a esta comisión le interesa que los alumnos estudien.

Se resuelve:

Art. 1° Eliminar los festejos y / o clases alusivas a fechas patrias, homenajes y / o recordatorios a los efectos de aprovechar ese tiempo en el dictado de contenidos útiles como ser: matemática o lengua.

Art. 2° Se sancionará a aquellos que incumplan con la mencionada resolución.

Art. 3° Comuníquese, archívese y publíquese en boletín oficial para su conocimiento y puesta en ejecución.

Y acompañaba al comunicado una veintena de páginas con propaganda política nombres de consejeros, ministros, comisionados y autores del proyecto (entre los que figuraba Antonov) tipógrafos, cargatintas, firmantes, redactores y profesionales que aportaban el marco teórico con el que fundamentaban la resolución.

La novedad no cayó muy bien puesto que en realidad poco le importaba al gobierno si los niños estudiaban un día más o no. El tiempo perdido no habría de recuperarse por eliminar una fiesta patria. Por el contrario el estudio sistemático de la historia acarrea una mayor visión general de temas relacionados con la educación e instrucción cívica. El compromiso moral, los ideales, la organización de las masas en defensa de sus derechos y etcétera. Ni aún los gobiernos dictatoriales a lo largo de la historia habían suprimido la enseñanza de las fiestas patrias. Además ¿En qué cabeza se gestaba la descabellada idea de que sólo debía aprenderse lengua y matemática? ¿La educación siembra el futuro o tiende a alienar el pensamiento en un solo sentido? Estos cuestionamiento y otros muchos más se escuchaban en las calles de la aldea, en los bares de toda la comarca y de comarcas aledañas. Similares comentarios se hicieron oír en las asambleas de docentes, en las radios, en los programas frívolos de televisión no controlada por el estado. Hasta el espejo de frente al ayuntamiento de González Plata se manifestó ante esta otra semejante barbaridad. En su cristal se reflejó la imagen de Antonov vestido como Rasputín y susurrando maliciosamente al oído del comisionado en educación.

 Entre los mismos de siempre que bregaban por la “desestabilización del orden establecido”-según Antonov- estaba obviamente Máximo Aurelio. Éste se hallaba despotricando contra el comunicado y dando sus fundamentos del por qué (según su punto de vista) la resolución era demagógica y sin sentido en la fila de caja del autoservicio Plateado. Uno de los que participaban en la conversación era el profesor Franco Chioco. Quien invitó a Sottocorno a explicar sus fundamentos frente a la asamblea del sindicato docente y la multisectorial, ya que, si bien la resolución cargaba directamente contra los docentes, afectaba moralmente as toda la comunidad.

Por la tarde Máximo, frente a un auditorio de 55 personas, se explayó a lo Fidel Castro en un discurso que duró más de hora y media y en el cual recordó su paso por las combativas fuerzas del Illañam, sus revueltas secundarias, su participación en el Kokena, y los enfrentamientos legales con algunos de sus superiores en aquellos momentos en los que se desempeñó como maestro rural. Ya comenzaban a abrirse mudas las bocas de los asambleístas y a cerrarse en violentos bostezos mal disimulados cuando Sottocorno recordó la vez que le quisieron retener el salario de dos meses: 

- En aquella ocasión ¡compañeros! Esta “ladera” del poder de turno quiso retenerme el salario. Ya traíamos varios meses de retraso. Y al momento de efectuar los pagos mis recibos estaban mal liquidados. Y ¡claro! Telefónicamente la directora había recibido la orden (e hizo el ademán de colocar “comillas” con los dedos índice y medio de ambas manos) de retenerme los haberes. Imagínense que me puse como loco y corrí hasta la casa de un vecino que me ofreció su teléfono y la comunicación con un representante de la diputación. Éste a su vez me comunicó con el comisionado en educación, que por aquellos años era Juan Otario ¿recuerdan? Luego de una discusión de veinte minutos me dijo que fuera hasta el colegio que todo estaría solucionado. Me llegué hasta el colegio y ahí estaba el semblante desencajado de la directora y detrás de sus vidriados ojos claros una atónita y tartamuda voz me dijo: 

- No sé a quién tocaste, Máximo pero llamaron desde la comisión de educación y me dieron orden de que te pague. ¿Qué hiciste? 

– A lo que yo me limité a responder: "mediación Papal".

 En ese momento el discurso de Sottocorno fue interrumpido por la voz de un joven maestro a quien se le escapó de los labios: 

-Ahí está... ¡hablemos directamente con el rey! 

El murmullo generalizado impidió la continuidad de oradores y la prosecución del discurso de Sottocorno. Todos, él incluido, estaban ahora diagramando las estrategias a seguir para llegar hasta el soberano. 

Antonov observaba la escena a varios solares de distancia valiéndose de unos prismáticos y de una privilegiada posición que permitía filtrar la mirada a través de uno de los amplios ventanales del edificio del sindicato ya oculto hacía rato por las sombras que iban dominando a la luz del sol. Como un cazador estaba camuflado en la oscuridad y agazapado detrás del automóvil que también se camuflaba de oscuridad a través de sus vestimentas de vidrios polarizados.

        A su lado Paco Malaspina encendió un cigarro que Gonzalito le quitó de un golpe, y que finalmente concluyó bajo su zapato

 

        -Imbécil: ¿qué querés, que nos vean?

 

        Una vez cerciorado de gran parte de los asistentes al conciliábulo ingresó en el automóvil y por un instante se relajó. 

 

        –Paco- murmuró- me voy. 

 

        Era Jueves y Malaspina sabía bien qué significaba ese “me voy”. Bajó del vehículo de Antonov y caminó unas cuadras hasta el barrio de comercio juntó unas piedras muy pequeñas del suelo y a dos casas de la esquina las revoleó sobre un tejado y apresuró la marcha. Se ocultó entre las sombras de unos tamariscos y desde la esquina de “Cacique” y “Colonizadores” observó atentamente a la vivienda víctima de su piedrazo. En la vivienda una luz se encendió iluminando el humilde porche. Se apagó y se iluminó otra vez, y se repitió la escena tres veces en una especie de Morse rústico. Luego una fina imagen de mujer se asomó y cautelosamente observó en ambas direcciones. Miró al cielo e ingresó nuevamente a la casa, dejando esta vez la puerta entornada y la luz nuevamente apagada. La sombra de Paco de despegó de la oscuridad segura del tamarisco y presurosamente se acercó a la vivienda. Ingresó en ella como si fuera propia. Lo recibió una voz tierna de mujer y un cálido abrazo.

 

        Un apasionado y profundo beso y otro abrazo que se convirtió en “upa”. De esta manera encastrados caminó cargándola hasta su cama mientras ella le quitaba el saco y le aflojaba la corbata. Una vez sobre las sábanas se inmacularon de atavíos y profanaron el lecho nupcial de ella. Con pocas palabras se amaron apasionadamente, casi en silencio, casi con violencia. Y volvieron a hacerlo hasta quedar exhaustos. Dormidos. Frágiles a todo y a todos... vulnerables de su propio descuido.

 

 

        Lejos de allí, al otro extremo del poblado, sobre el camino de acceso Antonov golpeaba “Las Puertas Del Cielo”. Ingresaba, caminaba entre luces, semidesnudas adolescentes (y algunas veteranas), mesas de café congestionadas por vasos de wishky y porrones de cerveza, ebrios con damiselas en la falda, matones tamaño baño y finalmente se acodaba en la barra. Lo atendía como la mayoría de las semanas una ramera retirada del servicio social y disfrazada a lo “Mouilene Rouge” que le servía Wishky y lo anotaba en un cuadernito de 100 hojas, rayado, de tapa dura y forrado en azul araña. Luego de unos minutos, por lo general más de veinte, lo hacía pasar “al fondo” por un largo corredor que comunicaba con unas dependencias que parecían estar en otra casa. Allí había una mesa, un par de sillas, un televisor y pocos adornos de muy mal gusto. Gonzalo se sentaba como lo hacía casi todos los jueves y esperaba la llegada de una mujer mayor que llegaba echando humo, desalineada y hediendo a alcohol.

 

        -Viniste, por fin, era hora... me tenés un poco abandonada. ¿Qué? ¿No me querés más?- le espetaba casi con despecho.

 

        -Sí... ¿cómo no te voy a querer?- le respondía él mientras se sentaba en su falda y se acurrucaba como un niño.- Es... es que tengo mucho trabajo...

 

        Lejos de allí, al otro extremo del poblado, sobre la calle “Cacique” a dos casas de la esquina, en el barrio de comercio un automóvil acaba de estacionar. Un hombre corpulento desciende, se acomoda la pistola entre la camisa y el cinturón, en la espalda, cierra la puerta e ingresa a su vivienda. Dentro de la misma, alertado por el golpe de la puerta del vehículo al cerrarse, Malaspina despierta sobresaltado y entra en pánico. Vuela de la cama despertando a su amante, e intenta vestirse al momento en que es sorprendido por el destello de la luz de la habitación que es encendida por el marido de ella.

 

        -Pero! ¿Qué pas... cá?

 

        E inmediatamente ve el fogonazo que casi le muerde la oreja... Y a volar. Empuja el inmenso cuerpo del marido haciéndolo trastabillar y vuela por el corredor hasta el living seguido por una estrepitosa sucesión de puntos suspensivos obsesionados por morderle los talones o el culo. Ella se lanza sobre el marido y aúlla: 

 

        - Anselmo: ¡No! 

 

        Éste la empuja y le golpea la cabeza con el arma y sale en busca de Malaspina quien ya abrió la puerta y va de fuga, semidesnudo por la calle. Los disparos han alertado a los vecinos que temerosos dieron parte al destacamento. Alguno se atreve a salir. Anselmo en medio de la calle dispara contra el abogado en fuga mientras intenta desembarazarse de su mujer que a su vez intenta evitar el homicidio. 

 

        –Anselmo: ¡No!

 

        Y toda la cuadra es testigo del hecho. Alguno se atreve a intervenir: 

 

        - Anselmo: ¡No!

 

        Éste mira su vergüenza en derredor, desmaya a su mujer de una trompada, cambia el cargador y sale a la caza de Malaspina.

 

        Los vecinos atienden a la mujer. Minutos más tarde Paco pasa a toda carrera frente a Las Puertas Del Cielo, seguido a poco más de media cuadra por Anselmo que viene efectuando disparos. Una cuadra detrás de Anselmo dos milicos viejos y gordos intentan alcanzarlo de a pie. La balacera alborota el cabaret y salen todos a mirar.  Antonov que se hallaba en la puerta, se interpone entre su amigo y el tirador. Taclea a Anselmo, lo abraza e intenta calmarlo: 

 

        -¡Pará varón! ¡Calmáte... ya está! 

 

        En eso llegan los agentes que perseguían a Anselmo y lo arrestan. Paco desaparece entre las sombras. Obviamente nadie pudo identificarlo; pero Gonzalo sabe. Sabe quién escapaba y sabe por qué. Pero también entiende a Anselmo, lo entiende e interviene para que éste no quede detenido. Gonzalo sabe cómo se siente Anselmo porque a él también le pasó.

 

        Antonov volvía a su casa en la vecina localidad de Sorondo e iba recordando lo sucedido esta noche frente a Las Puertas Del Cielo. Y... aunque quería no podía dejar de recordar la misma situación, tres años antes, que fuera motivo de su divorcio. Cuando de regreso a su hogar se encontró allí adentro con un desconocido. Aquella vez, como ahora, un tercero había evitado un homicidio.

 

        A la mañana siguiente los vecinos y simples ciudadanos de toda la aldea comentaban el tiroteo. Todos menos los del barrio de comercio que estaban un tanto acostumbrados a situaciones de este tipo. 

 

        El diario local mentía en sus titulares:

 

BARRIO DE COMERCIO:

VECINO FRUSTRA ASALTO A LOS TIROS.

Intervienen carabineros y gendarmes.

 

 

        En las escuelas se comentaban los resultados de la asamblea: Se iniciaría una huelga a partir del lunes y una delegación viajaría a la capital con el propósito de entrevistarse con el soberano en persona. La misma es recibida por ministros que intentan postergarla para una o dos semanas más. Por lo tanto los gremialistas acampan frente al palacio principal.

miércoles, 21 de octubre de 2020

Los Colorados

        Eran dos hermanos a quienes la vida los había conducido por los tristes caminos del alcohol. El mayor de ellos había emigrado y nunca más se supo de él. Entretanto el que quedó nunca pudo superar el abandono de su hermano, y la esposa de ambos tampoco. Andrea Patty nunca pudo decidir con cuál de los hermanos quería quedarse y así muchas veces la compartieron como quien comparte el uso de un vehículo, o una prenda de vestir. O como dos hermanos huérfanos y desamparados comparten de noche la misma frazada. Así la compartían de la misma manera que compartían todo. Todo menos el último sorbo de cerveza que muchas veces había sido motivo de trifulcas y era la responsable de los dos dientes de menos que ostentaba José Alfredo. Jacinto Javier parecía haber olvidado esos profundos lazos que lo unían a su hermano y se marchó. Dejando a la Patty sólo para José Alfredo. Como en todo pueblo chico las cosas más secretas se van sabiendo no por culpa de nadie sino por el mismo tinte familiar que todo va tomando y el propio descuido que acarrea la excesiva confianza. No era éste el único fenómeno de amores de a tres en la aldea. Dora Beata no se enemistó con Noelia y varias noches compartieron amante. Paco Malaspina compartía muy cada tanto los favores de Dorita con Gonzalo Antonov que a su vez compartiría durante un campamento sospechoso los favores de su asistente del departamento de inacción social  la Srta. Gracia García junto a su leal director de depósito oficial de maquinarias. Que a su vez alguna que otra vez había compartido a la India con el hijo del alcalde anterior. Luego todos se confesaban y miraban de reojo a la niña que había quedado embarazada soltera por no saber que "de parado también concebís". El taller de sexualidad serviría para algo. Pero de las viviendas nada. A pesar del paso del tiempo.

Tristemente José Alfredo Colorados no había aprendido a tratar a las mujeres y, a falta del cuñado, Patty buscó otro palo para rascarse. Cansada del maltrato ocasionado por su marido comenzó a verse con otro hombre. Pedro Soto era para ella lo que nunca había sido ninguno de los colorados. Educado, trabajador, decente y fundamentalmente podía compartir un buen momento, una cerveza y no terminar ni a los gritos ni a los golpes. Soto vivía en su casa propia en un barrio de empleados de comercio, de trabajadores. Patty y Soto vivían su romance de escapadas. Solían encontrarse en el bar Donatello y solían también ser cómplices, testigos mudos de los amoríos entre Dora, Malaspina y Antonov. El amor entre ellos excedía los límites de la trampa y comenzaron a mostrarse en público. Paseaban de la mano como inocentes estudiantes en primavera por el centro comercial de las ciudades aledañas. Iban juntos a comprar los enseres domésticos en la aldea. Y se les hacía tarde entre charlas y miraditas en cualquier esquina de la aldea. Mientras tanto “el Colorados” dormía plácidamente su borrachera. Sin ser capaz de ver lo que sucedía ante sus propios ojos. Cuando uno de sus amigos borrachines le comentó que alguien le estaba “soplando el rancho” José Alfredo no se preocupó puesto que no la consideraba más que un hueco en la carne. Y la sabía amarrada por el hijo de ambos que estaban criando- si me deja le voy a quitar el guacho- comentó.

Así las ausencias de Patty fueron siendo más y más prolongadas, al punto que ya casi no compartía horas del día con su marido e hijo. La primera noche que faltó no fue percibido por su esposo ni su hijo, ya que estaban acostumbrados a que no cenara en casa... Y a su ausencia por las mañanas. Hasta que un buen día Colorados se descubrió solo, cornudo y abandonado ante el estupor de su hijo y la no tan disimulada burla de los demás. No toleró la frustración y fue a buscarla a lo de Pedro Soto. Golpeó las manos en un aplauso sordo y esperó a ser atendido. Irónicamente Patty atendió asomando medio cuerpo semidesnudo y semienvuelto en un raído toallón blanco. Un leguaje mudo entre los dos expresó como un baldazo de agua fría lo que las palabras nunca se hubiesen atrevido. José Alfredo explotó en ira y comenzó a insultarla a los gritos. Soto se asomó y le preguntó: 

-¿qué mierda querés acá?

Ella lentamente se fue apoyando sobre sus hombros y quedó ensimismada como si recién en ese instante hubiera tomado conciencia de su abandono. Ambos ingresaron a la vivienda dejando al Colorados fuera. Éste no lo soportó más y descargó toda su bronca a piedrazos contra las ventanas de la casa de Soto. Piedrazos e insultos y vecinos en derredor como murmurantes testigos otra vez en el mismo barrio de ostentación de cornamentas sangrantes. Otra vez la intervención de carabineros y gendarmes que arrearon con José Alfredo y algún vecino de testigo hacia el destacamento.

Patty y Soto vivieron su idilio mientras que en el otro extremo del poblado José Alfredo seguía bebiendo, haraganeando y viendo pasar la vida de otros. Fue socorrido en ocasiones por otros como él. Uno de ellos fue el Rodrigo Mendoza. A Mendoza le gustaba el trago pero había terminado los estudios y se movía en un flamante automóvil alemán. Era conocido por todos como un bebedor social y por ser un fiestero de aquéllos. En su “Colt 44 meat” llevaba las marcas de varios tiroteos, constaban en su “prontuario” el haber volteado junto con el hijo del anterior alcalde a la India, había disparado contra “la Juana” se había pasado a la maestra, la enfermera, la madre de Antonov, a Dora Beata, a la que fuera esposa de Antonov y fuera ahora esposa de Anselmo Martínez. Se había enfiestado con La Chunny (que en realidad se llamaba Juan) Antonov, Comecoqui y Malaspina. En una de esas enfiestadas una de las chicas había contado mal los días y Mendoza había cargado con la responsabilidad de la buena puntería. 

Por muchas tratativas que hubo la chica no aceptó la idea del aborto. Además le convenía enganchar a éste antes de que a cuatro vientos volara su fama de reventada. No de buena gana, Mendoza aceptó hacerse cargo del embarazo, sus días de play boy estaban contados. Aunque en realidad no era tan así.

Poco a poco el ambiente amoroso de González Plata se iba caldeando entre cuernos, enganches, abandonos y divorcios con vagas escapadas furtivas. Eso sí, nadie de los involucrados tenía en cuenta a los niños, ni a la familia en general. Muchos de los habitantes languidecían en una adolescencia perpetua, en el boludismo total.

miércoles, 14 de octubre de 2020

El Plan

 Había llegado el aniversario del primer avistamiento del Coronel Plata por estos lugares y en su homenaje se organizó un hermoso desfile. Durante los discursos previos el Sr. Superintendente de la comunidad regional había hecho entrega de algunos dinerillos para obras y se había hecho mención del plan de viviendas. Desde el Ayuntamiento se había prometido dar a conocer durante los festejos la lista de adjudicatarios. Otra vez: Nada. Siguieron pasando los días. Siguieron pasando los meses y nada. Nada más que la sombra de la sospecha y la pregunta flotando en el aire... ¿Por qué tanta demora?

La esposa de Sottocorno se acercó al departamento de inacción social para averiguar qué novedades había respecto de los listados del plan. Y la echaron diciéndole que si ella no tenía nada mejor que hacer ellos sí y que estaban trabajando. Luego continuaron con su ágape diario de bizcochos y té hervido. Ese mismo día se acercó al ayuntamiento en similar trámite, el Sr. Vallemar pero a él lo escoltó el personal de seguridad hasta la puerta recomendándole que no se acercara más por allí.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Proyectos inaplicables y la puta costumbre de meter el palo en la rueda V

 Un nuevo año

    La primavera se prolongó en el verano que se vengó en chubascos los largos meses de la sequía. Los huertos produjeron lo necesario para pasar al olvido sequía y crecida. Los castaños maduraron y viajó la producción por los caminos empastados de asfalto y retornó al hogar convertida en divisas ropa y electrodomésticos. Vecinos y simples ciudadanos se estaban acostumbrando a esta loca idea de ser felices. Hasta que comenzaron otra vez las clases y Gonzalito Antonov quiso expiar sus culpas.

     Inauguró el ciclo lectivo entregando bancos nuevos para las escuelas, nuevos pizarrones (ya que a los anteriores los había estropeado “su” crecida) y finalmente trayendo de la ciudad capacitadores docentes para su actualización. A él, contrariamente a lo que se había pensado, SÍ le interesaba la educación, aseguró en un acalorado discurso de bienvenida a los alumnos. Las clases dieron inicio y el primer fin de semana se dictó el primer módulo del curso de capacitación y actualización docente. La moda educativa para este años sería la “Educación Sexual desde el primer ciclo”. El título causó cierto revuelo; pero los docentes siempre dispuestos a buscar nuevos horizontes y un mayor puntaje se dispusieron a escuchar, aunque más no sea, la nueva propuesta. Consistía en señalar desde un primer momento la diferencia de género actitudes y actividades, pero sobre todo apuntaba a evitar el abuso poniendo bien al tanto a los niños qué era juego y dónde debían decir No. 

    A las pocas semanas, cuando hubo finalizado el curso, algunos docentes de la escuela primaria convocaron a una reunión de padres y les dieron las buenas nuevas, explicándoles en qué consistiría este nuevo taller. Los padres aceptaron gustosos de recibir toda la nueva ola educativa. Esto le provocaba no sentirse excluidos del avance de la historia a nivel global.

    El domingo, durante el sermón, el cura cargó con toda su artillería contra la escuela y la nueva tendencia de acercar al pecado a los inocentes niños.

         - Y yo no sé qué es esto que llaman educación sexual- decía- ahora hay que estudiar en la escuela para pecar! ¡Dios nos libre! Hoy hablaremos en la escuela de la fornicación, mañana de la sodomía y la semana que viene será del aborto.- furioso el sacerdote elevaba la voz como poseso. -¿En qué piensa el comisionado en educación? ¡Debería confesarse o irá al infierno!- y la congregación asentía con la cabeza gacha y comenzaba a creer que los docentes les habían engatusado y que vaya uno a saber qué se traían. En un momento el cura hizo mención a un pasaje bíblico e instó a amarrar una piedra de molino al cuello de los pecadores y arrojarlos al mar (bueno... al río) su reprimenda se acercaba a la desesperación. Y no era para menos.

    Finalmente a pesar de las divinas recomendaciones de Sancho la directora autorizó el taller puesto que por más que le pesara la escuela era, por ley, laica. Y el curso había llegado desde la Comisión Nacional De Educación Popular. Igualmente el taller se dictó de manera abierta y optativa, primero a los padres que quisieran asistir y luego recién a los niños. El curso comenzó con los niños de tercer grado y de allí en adelante hasta a los que egresarían del sexto año de la escuela agroindustrial. Durante las clases de catecismo el sacerdote instaba a los niños a boicotear la enseñanza de “eso” en la escuela y a varios les recomendó desoír las charlas de los docentes y que no se dejen mentir, al tiempo que los amenazaba con el fuego eterno y toda esa historia del "dios es amor pero al que no le obedece lo condena y no hallará salvación para su cuerpo ni su alma y sufrirán por sus pecados por toda la eternidad". Una mañana aparecieron pintadas en las paredes de los colegios que decían “CONSERVEMOS INOCENTES Y FELICES LOS NIÑOS” “NO LES  ENSEÑEMOS A FORNICAR” y eslogan por el estilo.

    Brenda seguía visitándo furtivamente al sacerdote algunas noches y seguían repitiendo el ritual secreto de la secreta invocación al poder carnal. Hasta que una noche en que ella se hallaba reticente a sus toqueteos le espetó: 
    -¡Me cogiste, hijo de puta!- Y corrió hasta la calle. En ese momento pasaban por la calle lateral de la iglesia Máximo, su mujer y una amiga de ambos. Les llamó la atención el ver a la niña a esas horas por esa calle. 
    En las escuelas terminó el dictado del taller de Educación sexual y el párroco aplacó un poco su ira respecto del tema.