Eran dos hermanos a quienes la vida los había conducido por los tristes caminos del alcohol. El mayor de ellos había emigrado y nunca más se supo de él. Entretanto el que quedó nunca pudo superar el abandono de su hermano, y la esposa de ambos tampoco. Andrea Patty nunca pudo decidir con cuál de los hermanos quería quedarse y así muchas veces la compartieron como quien comparte el uso de un vehículo, o una prenda de vestir. O como dos hermanos huérfanos y desamparados comparten de noche la misma frazada. Así la compartían de la misma manera que compartían todo. Todo menos el último sorbo de cerveza que muchas veces había sido motivo de trifulcas y era la responsable de los dos dientes de menos que ostentaba José Alfredo. Jacinto Javier parecía haber olvidado esos profundos lazos que lo unían a su hermano y se marchó. Dejando a la Patty sólo para José Alfredo. Como en todo pueblo chico las cosas más secretas se van sabiendo no por culpa de nadie sino por el mismo tinte familiar que todo va tomando y el propio descuido que acarrea la excesiva confianza. No era éste el único fenómeno de amores de a tres en la aldea. Dora Beata no se enemistó con Noelia y varias noches compartieron amante. Paco Malaspina compartía muy cada tanto los favores de Dorita con Gonzalo Antonov que a su vez compartiría durante un campamento sospechoso los favores de su asistente del departamento de inacción social la Srta. Gracia García junto a su leal director de depósito oficial de maquinarias. Que a su vez alguna que otra vez había compartido a la India con el hijo del alcalde anterior. Luego todos se confesaban y miraban de reojo a la niña que había quedado embarazada soltera por no saber que "de parado también concebís". El taller de sexualidad serviría para algo. Pero de las viviendas nada. A pesar del paso del tiempo.
Tristemente José Alfredo Colorados no había aprendido a tratar a las mujeres y, a falta del cuñado, Patty buscó otro palo para rascarse. Cansada del maltrato ocasionado por su marido comenzó a verse con otro hombre. Pedro Soto era para ella lo que nunca había sido ninguno de los colorados. Educado, trabajador, decente y fundamentalmente podía compartir un buen momento, una cerveza y no terminar ni a los gritos ni a los golpes. Soto vivía en su casa propia en un barrio de empleados de comercio, de trabajadores. Patty y Soto vivían su romance de escapadas. Solían encontrarse en el bar Donatello y solían también ser cómplices, testigos mudos de los amoríos entre Dora, Malaspina y Antonov. El amor entre ellos excedía los límites de la trampa y comenzaron a mostrarse en público. Paseaban de la mano como inocentes estudiantes en primavera por el centro comercial de las ciudades aledañas. Iban juntos a comprar los enseres domésticos en la aldea. Y se les hacía tarde entre charlas y miraditas en cualquier esquina de la aldea. Mientras tanto “el Colorados” dormía plácidamente su borrachera. Sin ser capaz de ver lo que sucedía ante sus propios ojos. Cuando uno de sus amigos borrachines le comentó que alguien le estaba “soplando el rancho” José Alfredo no se preocupó puesto que no la consideraba más que un hueco en la carne. Y la sabía amarrada por el hijo de ambos que estaban criando- si me deja le voy a quitar el guacho- comentó.
Así las ausencias de Patty fueron siendo más y más prolongadas, al punto que ya casi no compartía horas del día con su marido e hijo. La primera noche que faltó no fue percibido por su esposo ni su hijo, ya que estaban acostumbrados a que no cenara en casa... Y a su ausencia por las mañanas. Hasta que un buen día Colorados se descubrió solo, cornudo y abandonado ante el estupor de su hijo y la no tan disimulada burla de los demás. No toleró la frustración y fue a buscarla a lo de Pedro Soto. Golpeó las manos en un aplauso sordo y esperó a ser atendido. Irónicamente Patty atendió asomando medio cuerpo semidesnudo y semienvuelto en un raído toallón blanco. Un leguaje mudo entre los dos expresó como un baldazo de agua fría lo que las palabras nunca se hubiesen atrevido. José Alfredo explotó en ira y comenzó a insultarla a los gritos. Soto se asomó y le preguntó:
-¿qué mierda querés acá?
Ella lentamente se fue apoyando sobre sus hombros y quedó ensimismada como si recién en ese instante hubiera tomado conciencia de su abandono. Ambos ingresaron a la vivienda dejando al Colorados fuera. Éste no lo soportó más y descargó toda su bronca a piedrazos contra las ventanas de la casa de Soto. Piedrazos e insultos y vecinos en derredor como murmurantes testigos otra vez en el mismo barrio de ostentación de cornamentas sangrantes. Otra vez la intervención de carabineros y gendarmes que arrearon con José Alfredo y algún vecino de testigo hacia el destacamento.
Patty y Soto vivieron su idilio mientras que en el otro extremo del poblado José Alfredo seguía bebiendo, haraganeando y viendo pasar la vida de otros. Fue socorrido en ocasiones por otros como él. Uno de ellos fue el Rodrigo Mendoza. A Mendoza le gustaba el trago pero había terminado los estudios y se movía en un flamante automóvil alemán. Era conocido por todos como un bebedor social y por ser un fiestero de aquéllos. En su “Colt 44 meat” llevaba las marcas de varios tiroteos, constaban en su “prontuario” el haber volteado junto con el hijo del anterior alcalde a la India, había disparado contra “la Juana” se había pasado a la maestra, la enfermera, la madre de Antonov, a Dora Beata, a la que fuera esposa de Antonov y fuera ahora esposa de Anselmo Martínez. Se había enfiestado con La Chunny (que en realidad se llamaba Juan) Antonov, Comecoqui y Malaspina. En una de esas enfiestadas una de las chicas había contado mal los días y Mendoza había cargado con la responsabilidad de la buena puntería.
Por muchas tratativas que hubo la chica no aceptó la idea del aborto. Además le convenía enganchar a éste antes de que a cuatro vientos volara su fama de reventada. No de buena gana, Mendoza aceptó hacerse cargo del embarazo, sus días de play boy estaban contados. Aunque en realidad no era tan así.
Poco a poco el ambiente amoroso de González Plata se iba caldeando entre cuernos, enganches, abandonos y divorcios con vagas escapadas furtivas. Eso sí, nadie de los involucrados tenía en cuenta a los niños, ni a la familia en general. Muchos de los habitantes languidecían en una adolescencia perpetua, en el boludismo total.
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