miércoles, 7 de octubre de 2020

Proyectos inaplicables y la puta costumbre de meter el palo en la rueda V

 Un nuevo año

    La primavera se prolongó en el verano que se vengó en chubascos los largos meses de la sequía. Los huertos produjeron lo necesario para pasar al olvido sequía y crecida. Los castaños maduraron y viajó la producción por los caminos empastados de asfalto y retornó al hogar convertida en divisas ropa y electrodomésticos. Vecinos y simples ciudadanos se estaban acostumbrando a esta loca idea de ser felices. Hasta que comenzaron otra vez las clases y Gonzalito Antonov quiso expiar sus culpas.

     Inauguró el ciclo lectivo entregando bancos nuevos para las escuelas, nuevos pizarrones (ya que a los anteriores los había estropeado “su” crecida) y finalmente trayendo de la ciudad capacitadores docentes para su actualización. A él, contrariamente a lo que se había pensado, SÍ le interesaba la educación, aseguró en un acalorado discurso de bienvenida a los alumnos. Las clases dieron inicio y el primer fin de semana se dictó el primer módulo del curso de capacitación y actualización docente. La moda educativa para este años sería la “Educación Sexual desde el primer ciclo”. El título causó cierto revuelo; pero los docentes siempre dispuestos a buscar nuevos horizontes y un mayor puntaje se dispusieron a escuchar, aunque más no sea, la nueva propuesta. Consistía en señalar desde un primer momento la diferencia de género actitudes y actividades, pero sobre todo apuntaba a evitar el abuso poniendo bien al tanto a los niños qué era juego y dónde debían decir No. 

    A las pocas semanas, cuando hubo finalizado el curso, algunos docentes de la escuela primaria convocaron a una reunión de padres y les dieron las buenas nuevas, explicándoles en qué consistiría este nuevo taller. Los padres aceptaron gustosos de recibir toda la nueva ola educativa. Esto le provocaba no sentirse excluidos del avance de la historia a nivel global.

    El domingo, durante el sermón, el cura cargó con toda su artillería contra la escuela y la nueva tendencia de acercar al pecado a los inocentes niños.

         - Y yo no sé qué es esto que llaman educación sexual- decía- ahora hay que estudiar en la escuela para pecar! ¡Dios nos libre! Hoy hablaremos en la escuela de la fornicación, mañana de la sodomía y la semana que viene será del aborto.- furioso el sacerdote elevaba la voz como poseso. -¿En qué piensa el comisionado en educación? ¡Debería confesarse o irá al infierno!- y la congregación asentía con la cabeza gacha y comenzaba a creer que los docentes les habían engatusado y que vaya uno a saber qué se traían. En un momento el cura hizo mención a un pasaje bíblico e instó a amarrar una piedra de molino al cuello de los pecadores y arrojarlos al mar (bueno... al río) su reprimenda se acercaba a la desesperación. Y no era para menos.

    Finalmente a pesar de las divinas recomendaciones de Sancho la directora autorizó el taller puesto que por más que le pesara la escuela era, por ley, laica. Y el curso había llegado desde la Comisión Nacional De Educación Popular. Igualmente el taller se dictó de manera abierta y optativa, primero a los padres que quisieran asistir y luego recién a los niños. El curso comenzó con los niños de tercer grado y de allí en adelante hasta a los que egresarían del sexto año de la escuela agroindustrial. Durante las clases de catecismo el sacerdote instaba a los niños a boicotear la enseñanza de “eso” en la escuela y a varios les recomendó desoír las charlas de los docentes y que no se dejen mentir, al tiempo que los amenazaba con el fuego eterno y toda esa historia del "dios es amor pero al que no le obedece lo condena y no hallará salvación para su cuerpo ni su alma y sufrirán por sus pecados por toda la eternidad". Una mañana aparecieron pintadas en las paredes de los colegios que decían “CONSERVEMOS INOCENTES Y FELICES LOS NIÑOS” “NO LES  ENSEÑEMOS A FORNICAR” y eslogan por el estilo.

    Brenda seguía visitándo furtivamente al sacerdote algunas noches y seguían repitiendo el ritual secreto de la secreta invocación al poder carnal. Hasta que una noche en que ella se hallaba reticente a sus toqueteos le espetó: 
    -¡Me cogiste, hijo de puta!- Y corrió hasta la calle. En ese momento pasaban por la calle lateral de la iglesia Máximo, su mujer y una amiga de ambos. Les llamó la atención el ver a la niña a esas horas por esa calle. 
    En las escuelas terminó el dictado del taller de Educación sexual y el párroco aplacó un poco su ira respecto del tema.

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