jueves, 9 de julio de 2020

Sin Lugar en el mapa


La noche aquella de su derrota electoral Gonzalo Yosevik Antonov tuvo el peor de los sueños. Soñó como nunca, con su antiguo enemigo. Y con el barrio aquél que fuera el desencadenante de su derrumbe y del consecuente derrumbe de todos sus sueños. Ahora que ya no habría de ser nunca más lo que había sido en sus tiempos de gloria, no tendría lugar donde ir. ¿Quién le daría refugio? ¿Dónde se escondería de su propia vergüenza? ¿Qué sería de él?

Mientras cavilaba en estas reflexiones se incorporó y abandonó su lugar en la cama. Sentía el frío viento sobrevolar el poblado. Sentía cómo, una a una, esas ráfagas gélidas helaban cada rincón escondido dentro de él. Llegó hasta el baño, se lavó la cara y se observó. Sus grandes ojos, más grandes hoy, tanto que no podían disimular el asombro de su derrota. Su prominente nariz, su bigotito ralo, su aspecto de buen hombre, ese aspecto que lo había llevado a la gloria. Y ahora... ahora que todo era nada le esperaba la amargura de los derrotados.





Coronel González Plata era una pequeña aldea situada en la margen sur, cerca de la desembocadura del gran Río Blanco que transcurre caudaloso y gélido en las lejanas regiones desdibujadas del mapa oficial, allá en las perdidas latitudes, discontinuas como supermercados desclasificados, del gran desierto del norte, casi en los confines del reino. Como suele suceder entre algunos pueblos bárbaros que aún tienen viva su prehistoria entre nomadismos intelectuales y barbarismos no reconocidos, a falta total de imaginación y sobrados resabios de demagogia inaplicable no tuvieron mejor idea que nominarlo con el sustantivo de uno de sus primeros exploradores blancos. Como si el topónimo les diera estirpe de europeo, o disimulara en el pasaporte su sangre mongol. En algunos reinos o en algunas repúblicas los topónimos suelen hacer referencia clara del lugar o del por qué del tal o cual denominación. Tenemos entonces, en Argentina por ejemplo: Chimpay[1] en el sitio donde tuviera su toldería el rey de Salinas Grandes, Calfucurá. Montevideo[2], en Uruguay; El Cerro, en Salamanca; París[3] en clara alusión a sus antiguos fundadores; Cuzco[4], capital del Incanato; Lima[5], donde fuera sede del oráculo (Rimaq) Ciudad el cabo, etc.

Aquí no, como si se les hubiese acabado la imaginación nominaban a cada asentamiento con el nombre de un militar. Entonces al leer de corrido los nombres de las paradas en la línea férrea uno se siente como un preceptor de secundario tomando asistencia. Cabe señalar que con este inicio no hay poblado que quiera subsistir, en el sentido metafórico de la palabra. Es como si in útero el niño se niegue a recibir el nombre de su tatarabuelo y pidiera a gritos ser abortado. Algo así sucedía por estas latitudes con algunos de los asentamientos urbanos. Eran un aborto no consumado. Un complot de padres filicidas y cobardes, de ésos que sin cuidado conciben, abortan por deporte y se confiesan con cara de mártires cada domingo frente a un sacerdote que todos han tildado de pedófilo. Y así luego del ritual de purificación salen el lunes al ruedo otra vez.

La aldea se desarrollaba como dormitorio de pueblos y ciudades circundantes por los efectos de la globalización. Una serie de personajes le hacían honor al aborto establecido el día de la fundación. Entre tanto, algunos ilusos intentaban lograr algo de este niño no nato, algo... no sé qué. El poblado, ya del “vamo” mal concebido, no tenía fecha de fundación, no respetaba la urbanística tradicional. En fin, no respetaba ni a su madre (ya que carecía de burdel al competir abiertamente estas actividades con las de algunas damas de sociedad). Su diagramación era de catorce cuadras por siete y era éste el único planeamiento urbano que se basaba en un fundamento sólido (La santa sibila, el escolazo). Con los años la aldea fue creciendo y el ayuntamiento tomó cartas en el asunto. El alcalde era una especie de príncipe de las urnas, una encarnación del hijo de Wari[6]; pero del subdesarrollo. Ustedes creerán que el subdesarrollo es un fenómeno de Latinoamérica, África o del Asia. No, por estas regiones abunda y lo peor reside en ser este subdesarrollo una cuestión de fe, es subdesarrollo por convicción que es mucho peor que el subdesarrollo económico o social. Es subdesarrollo porque sí.

El ayuntamiento se erguía a dos cuadras de la plaza y por las dudas ninguna de sus ventanas apuntaba en aquella dirección, no fuera que a algún mandatario se le ocurriera siquiera mirar si los ciudadanos se manifestaban.

Reinaba en este ayuntamiento de provincia un común, un innoble que luego de poner en práctica el vuelo libre y el adiestramiento en paracaidismo de sus años de soldado, había logrado hacerse de un título nobiliario de dudosa genealogía. Así fue como Gonzalo Yosevik Antonov fue dejando de ser un ciudadano para convertirse, ya elevado, en un vecino. Y como Arguedas separaba entre “Señores e Indios”, en la aldea se separaba la hacienda entre Vecinos y simples ciudadanos.

La cuestión es que Gonzalo no tuvo mejor idea que perpetuarse una vez más promoviendo la creación de un barrio que luego sería conocido por todos como “El barrio fantasma”. Lo que no se esperaba el alcalde era la aparición entre los ciudadanos de un grupo de insurrectos que no estaban dispuestos a seguir sus mandatos demagogos ni a engordar la mirada agachando la cabeza, como durante tantos siglos había sucedido.


[1] Chimpay: lugar de acampada._ en mapundum.
[2] Montevideo: veo un monte._ en portugués antiguo "Monte vide eu".
[3] París: Ciudad de los parisi (pueblo Galo).
[4] Cuzco: Centro / ombligo_ Quechua.
[5] Lima: deformación fonética de Rimaj “El que habla”_ Quechua.
[6] El hijo de Wari: En “El Príncipe” de Federico Andahasi.

La última gota (Sinopsis)

Es una obra compuesta al estilo de "Las palmeras salvajes" de William Faulkner. "El plan" y "Proyectos inaplicables o la puta costumbre de meter el palo en la rueda" son los dos relatos que a modo de tesis y antítesis conforman la novela. No hay entre ellas aparente relación de ningún tipo, más que, el proceso de escritura alternativo y sucesivo de ambas obras.

No son dos textos intercalados ni una adición de relatos que conforman un todo. En La Última Gota el conjunto lo forman el entramado de los dos relatos, siendo imposible desligarlos, siendo imposible presentarlos después como dos relatos independientes. Forman una entidad que comparten y surgen de la misma realidad, adyacentes en el tiempo y relacionadas por una idea narrativa común y una semántica que se acaba de comprender al final cuando se vislumbra que el plan, es la última gota de los proyectos inaplicables llevados adelante por Antonov.

Como un tercer relato inmerso en la novela se encuentra la normativa legal dictada por el ayuntamiento. Normativa descabellada e ilógica que da marco referencial de la apatía aldeana de los habitantes que descansan en la tranquilidad de no ser los responsables de las atrocidades cometidas por el gobierno y que son sistemáticamente dirigidos por la demagogia oficial.

Entre esta cuestión del plan (que no es más que un proyecto habitacional) y los descabelladlos intentos del alcalde por quedarse con más de lo que produce la comarca aparecen los mismos de siempre, un grupo no conformado de simples ciudadanos aglutinados sólo por ser oposición al oficialismo y que por lo general sólo actúan cuando la tiranía aldeana roza sus propios huertos. A excepción de Máximo Aurelio Sottocorno que, atento a su espíritu setentista hace causa común con todo, tal vez por alguna cuestión personal con el alcalde y su séquito. Asimismo Sottocorno representa al héroe popular. Aquél que hace lo que todos desearíamos en pos de lo que creemos justo; pero que ni nos atrevemos a comentar. Y que a la larga, como suele suceder en la vida cotidiana queda en el más absoluto anonimato y siempre del lado opositor. Todo esto presentado desde la más cruda ironía, exagerando tanto el hipérbole como la irreverencia.