miércoles, 2 de septiembre de 2020

Brenda

Brenda tiene problemas en la escuela “esta rebelde” dijo María, su mamá. Insulta a sus compañeros, desatiende a sus hermanos menores, desobedece a su mamá. Es que ella sabe. Ella sabe que cuando su padre se va a trabajar llega Juan. Y Juan es muy amable con ella pero besa a su mamá en la boca.

Después de un rato de besos de telenovela que ella no debería ver, porque para eso le prenden la tele, Juan se va con su madre a la habitación donde junto a la cama grande duerme su hermanito y "la maltrata". Le dice groserías y su madre gimotea y se queja, a veces a los gritos y le pide “por favor basta”. Luego cuando ambos salen de la pieza colorados y notoriamente agitados por la pelea disimulan tomando unos mates y él se va. Para regresar otra vez mañana o pasado cuando papá otra vez esta trabajando. 

Juan nunca viene cuando papá está.

Ella habló de esto con su padre con resultado calamitoso. Papá no sólo no defendió a mamá de este “amigo” sino que la insultó y golpeó fuerte delante de ellos. Al día siguiente se mudó solo a la otra aldea. Y varios de sus compañeros comenzaron a burlarla y a llamarla “hija de ramera”. María, enfurecida y todavía inflada por el castigo recibido, esperó concluir la última clase de gimnasia del día (ella da clasas de gimnasia en el garage de su casa) y arremetió contra su hija acusándola de ser la culpable del abandono de su padre.

Alguien por ahí tuvo la feliz idea de acercarla a Dios, alguna compañerita del quinto grado tal vez, y le pidieron permiso a la madre para que fuera al catecismo. –Hacé tu vida- le respondió mientras entraba, después de una semana, con Juan, al cuarto dormitorio.

Brenda se presentó ante sus nuevos compañeros y comprobó también que varios de sus compañeros de clase estaban ahí. Comprobó asimismo que el padre había oído hablar de ella. Y que estaba al tanto de sus problemitas. Le contaron como el más hermoso cuento el misterio de la creación. Le hablaron también de Jesús y de María. Le enseñaron los mandamientos y le hablaron del perdón. Todos conceptos extraños a ella. Y, por primera vez, alguien, un adulto la había escuchado y le había dirigido la palabra para algo más que llamarle la atención o pedirle que cumpla con alguna tarea. Brenda regresó feliz a su hogar. Y durmió como hacía bastante que no podía, como un angelito.

Poco a poco la niña fue familiarizándose con los conceptos religiosos y demostrando afinidad por la liturgia. Poco a poco se fue encariñando con “Sancho” y le fue confiando sus problemas. Y poco a poco el sacerdote fue conociendo de los sufrimientos de la pequeña y de la espantosa soledad en la que, a pesar de su madre, hermanito y compañeritos de la escuela, estaba sumergida. La niña fue encontrando en quien apoyarse y fue perdiendo paulatinamente esa sensación de desprotección que la inundaba desde que su padre las había abandonado después de que ella le contara lo sucedido entre su mamá y Juan en su ausencia. 

Brenda había aprendido a callarse la boca para evitar problemas. Aún no comprendía el por qué de tantas cosas. No comprendía el abandono de su padre, no comprendía el “maltrato” de Juan a su madre y la no defensa de su padre. No entendía por qué Juan le traía cosas para la casa que luego se llevaba: trajo un enorme perro que luego se llevó, unos muebles que fueron a buscar unos amigos una semana más tarde, de noche, un televisor que también le vendió a alguno de noche. Y mientras esto sucedía su madre parecía no notarlo. Y si ella preguntaba sólo obtenía un “callate” como toda respuesta.

Así fue que no preguntó cuando descubrió al cura desnudo junto a uno de los monaguillos. Ni cuando lo escuchó comentar a un amigo que había "perdido" el dinero de la kermés. Sancho notó el voto de silencio de la niña y supo recompensarla con favoritismos y regalitos. Se transformó en su benefactor y la conservó inmaculada por un tiempo. Para evitar que se haga leña del árbol caído la recibía a cualquier hora con tal que la nena no deambule sola por las calles de la aldea. Brenda integró entonces el catecismo, fue “secretaria” del club de caridad. Acomodadora de los escaparates de las sucesivas kermeses, fue durante un tiempo una secular monja al servicio del señor.

 

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