Hasta el momento los ciudadanos comunes no representaban un problema. Algunas veces gritaban, amenazaban al alcalde; pero se lo cruzaban y éste los empaquetaba con argumentos sofistas y les daba unas palmadas en la espalda mientras los metía en su bolsillo. Otras, en que les perduraba el enojo, les faltaban herramientas legales para actuar en defensa propia. O eran regados unos días antes de los comicios con monedas que ellos mismos devolvían en impuestos al mismo agente que los había comprado con bolsones de alimentos, colchones o chapas. Esta vez la ecuación preelectoral se complicaba por Sottocorno, por una estudiante de economía que había desarrollado cierto olfato con respecto al ayuntamiento y un grupo de insurrectos intelectuales que sentían que ni oficialismo ni oposición les eran dignos de confianza. Y parecían coincidir con los que elevaran su voz despotricando. Y actuando en consecuencia.
Decidió entonces (Antonov) no hacerse problema, mirar para otro lado. Y que
continuara la fiesta en paz. En realidad la encargada de la operatoria era
Dorita: Dora Beata de la Cruz Martínez. Él la había conocido en su otra vida.
Dora había sido bataclana en un burdel que Gonzalo frecuentaba cuando debía
desaparecer y emigraba transitoriamente hacia la comarca petrolera. Luego por
esos avatares del destino habían coincidido en González Plata y militando en
las mismas filas partidarias. Él primero la tuvo de secretaria, más tarde encargada
de la comisión de damas pro Antonov for ever, luego utilizó sus dotes de
locutora en todo acto público. Hasta que finalmente se atrevió a postularse
como Concejala. Dorita era fiel, leal exponente de la pretendida transición
hacia el principado. Sabía con qué mano Gonzalo acomodaba la hacienda, y hacía
gala de sus escrúpulos de puta. Obvio que como buena puta devenida en señora
pretendía pleitesías que le quedaban muy grandes y que unos cuantos “prendidos”
estaban dispuestos a rendirle, aunque supieran que no era digna de tal trato.
Había logrado armar su harén de amazonas aglutinando gente de su misma laya:
otra ramera arrepentida (mamá de Armando), Silvia Strangelegion, “Madre”
Grimaldi y Noelia Comecoqui (quien en su momento fuera su socia marital).
Dora había planeado su secreta estrategia para ser la heredera natural del alcalde con la misma prestancia que revisaba los bolsillos de sus antiguos clientes mientras estos se duchaban o dormían. Cada una de sus “camaradas” tenía una ubicación estratégica: Comecoqui estaba encargada del “Departamento De Control Administrativo De Ingresos Y Egresos Del Ayuntamiento”, la mamá de Armando y Doña Strangelegion “Alfabetización”, y “Corte Y Confección” respectivamente; por último “madre” estaba encargada de “Reclamos Pomposos, Piquetes, Toma De Edificios Y Quema De Gomas En Espacios De Tránsito Público” ya que estos eventos se relacionaban directamente con sus actividades lúdicas, asimismo era la encargada de informar al Sátrapa, ya que funcionaba de ojos y oídos del rey... (bueno, perdón el exabrupto, del príncipe aldeano) todos sabíamos que mientras iniciaba una revuelta u organizaba una barricada frente al ayuntamiento, por la puerta de atrás, recibía los aportes del alcalde.
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