miércoles, 19 de agosto de 2020

Proyectos inaplicables y la puta costumbre de meter el palo en la rueda ll

 El Río ¿Dónde está?

 

Despunta tempranero el sol estival que hace sentir su fuerza aún antes de que culmine la primavera. Triste se va alejando el último suspiro del invierno entre las niñas engalanadas que se hacen ver por la calle principal de la aldea con grado militar y apellido de metal noble. Sobre la ribera del “gran río Blanco” se puede apreciar el rastro de algunos ciervos trashumantes que posaron sus estilizadas pezuñas en las cercanías del poblado provocando la furia de los numerosos perros enjaulados tras las rejas de las casas del centro y amarrados a una cadena y un poste en la periferia o simplemente sueltos y libres a la buena del destino y los tarros de basura que algunos vecinos se empeñan en sacar no de mañana sino que a la última hora del día a pesar de saber que el camión las recogerá en la mañana y que los perros merodean. Tal vez ésa sea su secreta intención, el sustento de las jaurías cimarronas de fieles servidores que abandonaron sus amos o que fueron abandonados por ellos.  Ese sol que indistintamente tiñe de luz a los vecinos y ciudadanos comunes, perros entre rejas de suntuosas casas y jaurías andantes de libertos canes. Ése mismo que sacó de las tinieblas el proyecto de contaminación radioactiva, ése maldito sol que se digna aparecer otra vez sobre las almas de los desocupados, acaba de poner en evidencia el secreto trabajo de Ernesto Tanque. Ha reflejado sobre el Río Blanco (más pálido al alba) y como un faro en la noche guió a los guarda faunas hasta donde se hallaba instalada la red con la que el desocupado “depreda” el río de todos, en busca de comida para sí y sus paisanos. Algún funcionario producto del intestino tránsito congresal declaró propiedad del rey y bajo arrendamiento del estado el producto ictícola de los ríos de la nación. Este proyecto se mezcló dentro del torrente duodenal de los recovecos legales y finalmente floreció como la feliz idea de un buen negocio: Vender a los particulares el derecho a la pesca. Como todas las leyes que están hechas para los ciudadanos comunes ésta no corría para la nobleza ni para los representantes populares. Alguien se quejó y otro respondió que eran vicios de la monarquía parlamentaria. En una democracia algo así no sucedería. No. En la democracia no existirían los absurdos. No deberían existir.

A lo lejos, entre la maleza que disputa al río la línea de ribera, Ernesto ve cómo guarda faunas levantan su red y se llevan su trabajo. Y su alimento.

Otro día sin que el hombre lleve qué comer a sus pichones. Otra noche en que la fresca y el alcohol vencen los párpados de E. Tanque. Otro sol (que ausente a su destino de pescador furtivo le calentará la espalda hasta hervir) mientras que Ernesto construye otra red para que mañana -o tal vez la semana que sigue- él, el Febo bastardo, le delate ante los custodios de la corona: -¡Ahí! ¡Uno que quiere comer sin pagar su derecho! Y Ernesto se multiplica por varios rincones de la comarca. Algunos rincones apilan cañas y anzuelos; otros, más redes. Otros, hambre y soledad. Y una misma idea subyacente: mientras el río esté nos serviremos de él. Como lo han hecho nuestros antepasados antes.

Antes de que ellos lleguen.

 

-¡Papá!- Gritó Juanito -¿En verano no se viene la crecida?-

-Sí hijo- respondió Ernesto – ¿No te explicó el maestro que a medida que suben las temperaturas en las tierras del sur comienza un fenómeno llamado deshielo que consiste en el derretimiento de la capa de niev 

- ¿ Y por qué baja entonces?- interrumpió el muchacho de unos once años de edad que producto de la hiperactividad típica de los preadolescentes había llegado hasta la ribera, como todos los domingos y feriados, minutos antes que su padre.

Ernesto tanque entre fastidioso y curioso se apresuró hasta la orilla exagerando los movimientos, haciendo ademanes grotescos y juguetones de agarrar o golpear a su hijo. Observó el río terriblemente bajo. Chapoteaban en el fangoso cauce algunos salmones que habían sido sorprendidos por la bajante. “Qué extraño” pensó. Y se sorprendió viendo cómo otros pescadores (autorizados y furtivos) y algunos paseantes miraban anonadados el inexplicable fenómeno.

 

*

 

El cura párroco daba su sermón habitual, habitualmente poco tenido en cuenta quizá por su aspecto de Sancho Panza beodo, con su desalineada barba y su abultada barriga. Como era su costumbre arremetía contra la pornografía y contra los pecados carnales, especialmente la pedofilia. Los concurrentes se torturaban boca afuera con el “por mi culpa, por mi gran culpa” (Entre ellos, Dora Beata miraba de reojo y rozaba el costado de muestro Señor Alcalde ante la vista gorda de medio pueblo.) Luego de su alocución moralista el sacerdote recordó las plagas de Egipto y apeló a reconciliarse con dios a la vez que recordaba a los feligreses contribuir con la obra y hacía circular una canastita para que allí (en prueba de fe y penitencia) colocasen su dinero.

Un murmullo generalizado inquietaba al sacerdote. El murmullo crecía desde el atrio hasta el santísimo, opacando el canto de los coristas; pero seguía ininteligible a los oídos del cura. Él sabía que lo “habían pescado” con la nena de María, la entrenadora de gimnasia localizada. Él sabía que alguno de seguro lo comentó y creía que el murmullo lo acusaba. Le quemaban sus piernas bajo la inmerecida sotana. Sabía que no lo había hecho monje el hábito. O que el hábito de tocar niñas había sido, una vez más, más fuerte que él. Y que lo seguiría siendo pues le gustaba eso. ¿Y quién lo cuestionaría? ¿Quién cuestionaría su moral al lado de una ninfomana, madre soltera y de dudosa relación con el alcohol? “¿A mí me van a acusar? ¿Quién les va a creer?” pensaba. Pero aún así el rumor le perturbaba, pensaba que algún ateo hereje o algún librepensador zurdo le podría querer serruchar el piso. El “padre” comenzaba a sentir palpitaciones mientras daba la comunión. Sentía que cada mirada inquisidora del pueblo congregado en la misa le acusaba. La madre, la niñita, el amante de turno de la madre. El alcalde  también notó un murmullo extraño que sin llegar a descifrar le hizo pensar en su propia falta. Alguien, al momento de saborear la ostia le espetó: 

- Padre: Por nuestros pecados, como en su sermón, dios nos castiga.

 

Y el párroco se desplomó.

 

Fue atendido por la doctora y asistido por los monaguillos “predilectos” y los pocos feligreses que aún se entretenían criticando al prójimo sin abandonar la iglesia. Fuera del sagrado recinto, en la plaza, la muchedumbre producto de la salida de misa y el retorno estupefacto de los seculares paseantes domingueros comentaba con inocencia medieval el comportamiento tan extremo del río a tales alturas del año.

 

Tan pronto como transcurrían los días dejaba de fluir el líquido elemento por el cauce arenoso del Río Blanco. No tenía novedades ni explicación de tal fenómeno la Autoridad Interjuridiccional De La Cuenca, ni el Órgano Rector Del Acopio De Producto Ictícola Decomisado Al Vulgo, ni la Internet. Algunos vecinos se endeudaron en préstamos al límite de la usura y realizaron grandes ofrendas a la virgen para expiar sus culpas. Otros culparon al estado del gran desastre natural... y no estaban muy errados que digamos. Llamó, sí, mucho la atención entre los comunes ciudadanos la tranquilidad con que se desenvolvían algunos vecinos y el propio sacerdote. Como si no tuviesen temor de Dios, como si fueran los habilitados para arrojar la primera piedra, como si fuesen ajenos a la bíblica calamidad del agotamiento del bendito cauce del río, como si no les importara un comino la pérdida de la producción de los huertos de castaños. Como si les importara un rábano que murieran de sed los porcinos de Cerdolín, como si les hubieran ganado la pulseada a los pescadores, como si de tan honorables no les fuera necesario bañarse. Y no. En vez de notar preocupación del ayuntamiento o temor en los ojos del representante eclesiástico se les notaba “un qué sé yo”. Cierto sarcasmo. En un sentido podía decirse que parecían disfrutarlo. El curita “Sancho” arremetía contra los pecados y ejemplificaba cuasi grotescamente contra los pescadores furtivos (Dios, según él, habría secado el río como castigo a los herejes que no respetaban la infame ley de la corona) contra los adúlteros (que debían bañarse antes de regresar a sus hogares y... sin agua) contra los pedófilos que hacían de las suyas y se “lavaban las manos como Pilatos” (cara dura el padre)

En el ayuntamiento no encontraban motivo de alarma: -¿para qué quieren tanto agua?-decía Antonov. Finalmente y ante la sospecha de unos pocos el ayuntamiento tomó cartas en el asunto.


BANDO


“El dignísimo ayuntamiento del Coronel González Plata en la honorabilísima figura de su Santidad el alcalde Sir Gonzalo Yosevik Antonov” plantea con carácter de necesidad y urgencia inapelable la provisión de líquido elemento bajo los siguientes vistos y considerandos:

Visto:

Que nuestro señor ha decidido secar el río fuente de nuestra necesaria provisión de agua potable.

Que los pozos vecinales ante tal evento también se han secado.

Que la red pública de agua domiciliaria se sirve del acopio del líquido elemento y

Considerando

Que sin líquido elemento en el cauce natural del río la red pública no tiene de dónde servirse.

Que referencia a los vistos expuestos ut supra la población en general no tiene como proveerse de tan preciado elemento.

El dignísimo ayuntamiento del Coronel González Plata en la honorabilísima figura de su Santidad el alcalde Sir Gonzalo Yosevik Antonov, con la firma unánime de la totalidad de los miembros de la concejalía municipal sancionan con fuerza de disposición general:

Ante los vistos y considerandos expuestos en el mismo se entregará en concesión directa el servicio de importación y distribución de agua de mesa envasada a la empresa: “Dud-Aqua” propiedad del Sr. Demian Lucas Antonov con los gravámenes de la misma a cargo del ayuntamiento.

Comuníquese, archívese, y dése pública difusión.

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