La campaña
electoral fue desangrante. Los candidatos se dieron duro. Más que presentar
proyectos y propuestas de gobierno sacaban trapitos al sol. La indignidad
popular se puso de manifiesto en las repartijas pre electorales. Alianzas,
traiciones y otras yerbas. De máximo Sottocorno y los mismos de siempre ya no
se hablaba, presos en el anonimato del retorno cada uno a su propia rutina.
Tampoco nadie hacía mención al plan. “La justicia se expedirá” pensaban y
Antonov disfrutaba de la poca memoria popular. La contienda se realizaría entre
dos alianzas: “La Confederación De
Delos” y “La Junta Del
Peloponeso” de aquí en más la hegemonía o la hecatombe radical,
mítica, total.
La noche previa a la elección, en plena veda política Dora Beata surcaba con su camioneta las desiertas calles de la aldea repartiendo bolsitas con el sufragio y un billete de veinte. Gran parte de la población se sumó a la caravana de “voluntad civil” que, según Antonov, había sido espontánea. Recorrían las calles vitoreando al alcalde y proclamando su ascenso a la corona:
-¡Antonov, Antonov: te queremos en Nación! ¡Antonov, Antonov: te queremos en Nación! ¡Antonov, Antonov: te queremos en Nación!
Ya varios estaban al tanto de las pretensiones nobiliarias y del deseo del alcalde de formar parte del gobierno nacional y, de ser posible, desplazar al rey. La extensa hilera de automóviles envueltos en bocinazos, gritos y banderas recorrió todos los barrios de la aldea hasta que el chofer del primer vehículo giró mal en una esquina. Sí. Justo en ESA esquina y la caravana toda se encontró frente “al plan”. Los oficiales de la guardia real cerraron el paso de la comitiva y el silencio invadió toda el área.
El silencio fue dejando su lugar a un murmullo generalizado y el murmullo generalizado dio paso al leve sonido de las pisadas de los pobladores que comenzaron a desconcentrarse rumbo, cada uno, a su hogar. Gonzalo Antonov trepó al techo de la camioneta que lo trasportaba y a los gritos prometió entregar a cada uno su vivienda, si ganaba, a pesar de la intervención judicial en el asunto. Tarde. Para cuando terminó de hablar sólo quedaban los punteros políticos y los choferes de los vehículos (que lejos de ser por movilización espontánea del pueblo estaban esperando la paga).
Siete de la mañana. Los fiscales partidarios y presidentes de mesa se presentan en las dos escuelas designadas para el acto de ejercicio democrático de hoy. Todos se saludan de mano y no guardan la sutileza de esconder el desprecio que en algunos casos esto les produce. Los vecinos y simples ciudadanos van llegando apáticos casi en reflejo de ocio. No demuestran voluntad ni preferencia. La mayoría llega y se van caminando y a las puertas de sendas instituciones educativas se amontonan vacíos los automóviles identificados con letras o números según el bando para el que trabajan.
En el pasillo de la escuela primaria se escucha a Rubén Aceituno refunfuñando:
-¿Lo has visto? ¿Lo has visto? ¡Me ha robado! ¡El hijo de Antonov me ha robado!
-¿Cómo que te robó?
-¡Y claro! Yo iba con mi vehículo a buscar al viejito Sánchez para traerlo a votar y el viejito tenía la boleta nuestra. Y podés creer que llega este que iba media cuadra antes que yo ¡Y me lo manotea y se lo sube al auto y le cambia el voto!
¡Hijo de puta! ¡Eso no se hace... es manipular al electorado!- Claro como que
tampoco fuera manipular al electorado ir a buscar a un anciano y meterle el
voto en el bolsillo. Jugamos entonces al cazador cazado. O diríamos que ahí va
un muerto, estando degollados.
Los comicios se desarrollaron sin mayores problemas. A las dieciocho horas se procedió a la clausura del acto electoral. El oficial de carabineros y gendarmes puso llave a la puerta de acceso y en cínico acto de fiesta democrática los presentes despidieron la jornada envueltos en un fuerte aplauso. Alguno que otro disimuló un lagrimón indiscreto. Cada presidente de mesa ingresó a su cuarto oscuro seguido de fiscales partidarios, candidatos, fiscales generales y en algunos casos prensa especializada.
Acaso parecía que estuviésemos en otro lugar. El resultado electoral no mostraba la tendencia esperada.
-¿Qué pasa con los fiscales? ¿No pagaste?- le preguntó Gonzalo a su asesor legal.
-No sé boludo... pará que averiguo-. Entró en uno de los cuartos oscuros y llamó al fiscal de la unidad civil.
- Escuchame vos ¿no repartiste lo sobres o qué pasa?
-¡Mire jefe... se pudrió todo!
-¿Qué, cómo que se pudrió todo? ¡Explícate!
- La tendencia es de diez a uno... a favor de la Alianza Popular. Además, el maestro y el fiscal del RI no aceptaron los sobres y me amenazaron con denunciarme, por eso está el oficial aquí adentro “para evitar presiones”. Bajo estas circunstancias no hay arreglo que banque. Me parece que perdimos.
La escena se repetía fatídicamente en todas las mesas de la comarca. Presidentes que no se dejaron sobornar. Fiscales leales (muchas veces no de la Alianza Popular sino del tercer partido) y el vuelco del electorado hacia la opción de cambio. O en contra de Antonov. Imbatible, arrolladora, imposible de impugnar o de disimular.
Al cerrar el escrutinio el porcentaje de sufragio era de 78% para la Alianza Popular Para El Cambio y EL Crecimiento, el 12% para el RI (Republicanos Independientes) el 8% para los votos en blanco y nulos y tan sólo el 2% para La Alianza De La Unidad Civil. El clima era de euforia y desesperación. Euforia popular y desesperación civil. Los ciudadanos salieron a las calles festejando como en carnaval. Se concentraron en la plaza y explotaron fuegos de artificio iluminando el cielo como si fuera la media tarde. Sonaron las sirenas de bomberos y ambulancias. Doblaron las campanas de la capilla al unísono con la campana de la escuelita primaria, cantaron los gallos y aullaron los perros. El pueblo todo era una fiesta; para todos menos para ellos.
Calladamente juntaron sus cosas y se retiraron al comité de campaña. Malaspina tartamudeaba, a Dora Beata se la escuchó murmurar que esto se lo veía venir que por eso ella ahora estaba en la capital de la comunidad regional, Timoteo mudo y Esteban Calandria intentaba que los futuros ex funcionarios realicen una autocrítica que no realizarían nunca. Antonov parecía estar embalsamado. Se le agrandaron los ojos como en expresión de asombro permanente, su nariz parecía proyectarse hacia delante de manera grotesca, su piel amarilla como de ictericia, sus manos temblorosas, su paso cansino y mudas sus palabras. Sólo atinó a preguntar si alguien le acompañaba a tomar una copa. Nadie le respondió. Ahora ya no era importante, ahora ya nadie necesitaría de sus favores, ya nadie dependería de él.
Llegó a su casa solo y triste luego de recorrer los kilómetros que separaban las aldeas. Le recibió su nueva esposa con un abrazo frío y escarcha en los ojos. No comió; sólo se bebió unas copas de un amargo wishky importado, sin hielo. Se acostó a lidiar contra el insomnio y la desolación de saberse, otra vez un hombre común, un simple ciudadano. Finalmente el alcohol y el cansancio de la pesada y frustrante jornada electoral lograron hacer que se duerma.
La noche de su derrota electoral Gonzalo Yosevik Antonov tuvo el peor de los sueños. Soñó como nunca, con su antiguo enemigo. Y con el barrio aquél que fuera el desencadenante de su derrumbe y del consecuente derrumbe de todos sus sueños. Ahora que ya no habría de ser nunca más lo que había sido en sus tiempos de gloria, no tendría lugar donde ir. ¿Quién le daría refugio?¿Dónde se escondería de su propia vergüenza? ¿Qué sería de él?
Mientras cavilaba en estas reflexiones se incorporó y abandonó su lugar en la cama. Sentía el frío viento sobrevolar el poblado. Sentía cómo, una a una, esas ráfagas gélidas helaban cada rincón escondido dentro de él. Llegó hasta el baño, se lavó la cara y se observó. Sus grandes ojos, más grandes hoy, tanto que no podían disimular el asombro de su derrota. Su prominente nariz, su bigotito ralo, su aspecto de buen hombre, ese aspecto que lo había llevado a la gloria. Y ahora... ahora que todo era nada sólo le esperaba la amargura de los derrotados.
Se vistió. Escapó de su casa a hurtadillas y manejó los kilómetros que separaban su hogar en ciudad Sorondo de la aldea del coronel González Plata. Ingresando en el poblado aún podían verse grupos de personas reunidas en fogones festejar alegremente. Llegó al que había sido en los últimos treinta años SU ayuntamiento. Estacionó el automóvil sobre la vereda y cruzó a la vereda opuesta. De frente al espejo lo miró y le dijo:
-¡Ahora entiendo porqué en los últimos días me reflejabas un panorama todo negro!
Sin lugar en el mapa donde esconderse de su propia vergüenza respiró profundo, tomó envión y se hundió en el espejo. Desapareciendo dentro de él. Para siempre.
Fin