La mala sangre y la verdadera genealogía de Gonzalo Yosevik Antonov
Ahora que Dora Beata había ascendido a las míticas alturas de la capital de la comunidad regional, hecho similar a la ascensión de Jesús o de Buda, tan importante como haber encontrado el camino a Shambala o a Ercs, redituable como calificar para la bolsa en Wallstreet o enaltecedor como haber sido graduado de la universidad de Salamanca, con honores. Ahora sí que no habría nada que frustre los planes del club (Antonov, for ever) ya que si Sottocorno había convencido a varios y presentado pruebas de su condición nobiliaria cuánto más podría hacer DBC Martínez en el nuevo y bien merecido puesto para armar un lindo arbolito de apellidos y geografías confusas para ennoblecer al alcalde... mínimo a título de príncipe (de alguna comarca asociada de menor rango) y posteriormente subírsele a la corona. Éste era un proyecto que se traían secretamente entre manos hacía ya una década y si había una virtud que Dora Beata poseía era la lealtad. No era mujer de agachadas... bueno... si el fin lo justificaba, como hemos sabido, era capaz de agacharse... pero debajo de algún lugar donde no la vieran. Y siempre y cuando se trajera algo entre manos.
Estudiaron entonces la manera en que un condado ubicado entre desérticas mesetas en los confines de la civilización fue convirtiéndose en principado y posteriormente en reino. De allí a la hegemonía de la península y durante varios siglos en rector de los destinos de la humanidad toda. Algunos conceptos como: campesinos dueños de la tierra, caballeros villanos, importancia de las comunidades de aldeas, menor estratificación social que en el resto del reino, situación fronteriza que desanima a magnates, etc. habían provocado insomnio en los funcionarios con ávidos deseos de perpetuarse en el poder de manera regia. Ahora ante los presentes indicios de deterioro natural del gobierno estudiaban la forma apropiada de fabricar la hidalguía familiar y el momento preciso de sacarla a la luz. Ante este proyecto se anteponía de manera bárbara el apellido no latino, ni celta o godo del alcalde. Esta influencia de Hunos en la sangre representaba un obstáculo casi insondable. Comenzaron asaltando una noche la oficina parroquial con el objeto de buscar algún registro antiguo y corregir el Antonov por “Antonio V” título con el que simularían dinastía en un sustantivo, valga, más propio.
Días después de la succión –perdón ascensión- de Dora Beata a los altos aposentos de la provinciana capital de la comunidad regional y tras un levísimo comentario de la misma en cadena nacional se puso en marcha el mecanismo de propaganda mediante el recurso del “rumor aumentado”.
Periodistas de toda calaña cayeron como moscas al excremento invadiendo la aldea. Antonov tuvo la “humildad” de ofrecer una conferencia de prensa para “acallar rumores” durante el transcurso de la misma cargó contra Sottocorno diciendo que en su vida no había conocido nobles reales con tales indicios de romanización como los eran el perfil recto y el nombre de Máximo Aurelio: -¿¡Título de qué!?- expresó muy despectivamente. Con asombrosa cintura política eludió toda pregunta referida a sus padres, o los padres de sus padres. Sólo sabía repetir la historieta de la confusión del abad durante la inscripción del Tátara abue... ¿abuela?. Y se la mandó nomás... esquivó elegantemente dos o tres preguntas más y suspendió la conferencia argumentando compromisos de estado en supuesta suspensión por la deferencia de haberlos atendido.
El equívoco de Antonov fue pasado por alto por la mayoría de los periodistas menos por el conductor del “Desembarco Aliado En Normandía” incisivo programa de investigación periodística. Antonio Bragante no conforme con la historia de la la confusión permaneció en la aldea para ver qué podía descubrir de la repentina hidalguía del alcalde del fin del reino. “Érase una vez... un príncipe aldeano” comenzó con su informe. Por esas cuestiones poéticas de atribuir a la fuerza poca astucia, a la censura poca imaginación, al poder pocos escrúpulos era de suponer que en algo habrían fallado los adulteradores de genealogía. Esto lo sospechaba Bragante, y lo sabía Sottocorno. Máximo Aurelio recorría los empolvados anaqueles de su memoria buscando indicios del padre del alcalde... Nada.
Nada. No nada.
Nada. Ninguna imagen de ninguna cara, ni el recuerdo de frase alguna, ni de comentario malicioso. Era como si el Sr. Antonov nunca en la puta vida hubiese existido. Y la madre del príncipe ¿cómo que nunca comentó nada a nadie? ¿Quién era la madre de Antonov ¿cómo nunca se la había visto de pieles en acto público alguno? En realidad muchos en González plata suponían que el alcalde era expósito. Un descastado, un paria que a fuerza de remarla (y tranzarla) había logrado un nombre y una posición. En el pequeño bar ubicado en la rotonda de acceso al poblado Bragante devoraba un sándwich de milanesa mientras observaba las distorsionadas noticias que llegaban a los confines del reino a través de la televisión regional. En eso ingresan al local por cigarrillos y fósforos un hombre de traje junto a otro más. Son Malspina y Cordones. El periodista no los conoce pero algo en la conversación le llama la atención.
-Decime Paco: ¿vos conocías a la madre? Yo pensé que no la tenía... ¡qué sé yo!
-Es la primera vez que oigo referencia a ella... ¡y hace más de treinta años que lo conozco! A mí me había dicho que creció en el orfanato de ciudad Sorondo.
No era para menos... su madre no podría haberlo criado de la manera que necesita un niño. Los compradores se retiraron y cruzaron miradas de fuego con el siguiente cliente. Éste pidió una cerveza y casualmente se sentó en la mesa lindera a la de Bragante. Declinaba la segunda mitad de la botella cuando un flash informativo le dio el pie.
-Lo que faltaba... príncipe de dónde. ¡Habría que desenmascarar a este chanta!
-¿Y usted sabe cómo? Respondió con otra pregunta el periodista en busca de una historia.
La conversación entre ambos duró lo que duraran varias cervezas y varios emparedados de milanesa con lechuguita, tomate y salsa picante. Entre chimentos baratos e informaciones de demagógicos intentos de aplicar proyectos descabellados en supuesto beneficio de una comunidad que de ignorante pasaba a cómplice por acción u omisión. A la mañana siguiente Máximo y Antonio inspeccionaban, bajo la apariencia de un informe “para escribir la historia del pueblo”, los libros de registro de inscripciones y decesos de la parroquia del poblado del Coronel González Plata. Descubrieron varias cosas interesantes por decir: que la aldea tenía fecha de fundación varios siglos antes de la aparición de los pioneros europeos, que la parroquia había sido construida antes de que vivieran allí los ancestros de los habitantes actuales de la aldea, que para aquellos años ya se encontraba emplazado, frente a lo que después sería el ayuntamiento, un extraño espejo y que los pobladores diseminados por la meseta yerma peregrinaban allí antes de tomar decisiones trascendentales hecho por el cual allí se construyó la capilla, con el objeto de acercar a Dios a los infieles Celtas que transitaban en residencia semipermanente por la comarca, que el coronel G. Plata había anexado al reino estas tierras por eso en su honor el nombre de la aldea. Así mientras que hurgueteaban en la remota e incoherente historia y prehistoria de la comarca encontraron vestigios de la familia del alcalde. La inscripción databa del siglo XVIII. “apareció por estos lares una mujer guapa de antigua profesión que no supo describir su procedencia, a la que bauticé según los sacramentos de la Santa Iglesia y que dijo llamarse Josefina AntonioV” más adelante “parece descendiente de Hunos o similares tribus bárbaras” “como sea no es ni latina, ni ibérica, ni celta” y varias páginas más adelante se leía instaló una casa de citas cuatrocientos cincuenta varas al norte del espejo mítico siendo el año mil setecientos sesenta y uno de nuestro señor Jesucristo”
Entusiasmados con la historia del lugar casi pasan por alto el pequeño detalle de la corrección grosera del escrito. En un documento del siglo dieciocho que ostentaba amarillentas hojas, y una escritura caligráfica en tinta china y de caracteres románicamente estilizados se hallaba un empaste de corrector en tinta blanca a la manera de papel líquido que resaltaba como una gigantesca luna en medio de una noche oscura y helada. Y sobre el empaste agregado a la letra original, con otro trazo y de color azul una “i” y una “V” grande apenas separada del resto del nombre. Tomaron copias fotográficas del manuscrito original a hurtadillas del abad quien les repitiera hasta el cansancio “los documentos son confidenciales”. Ambos, periodista y palo en la rueda, se miraron y sonrieron cómplices e irónicos. “Natura no da; Salamanca no presta”. Revisaron exhaustivamente los viejos libracos y sólo encontraron mujeres anotadas con ese nombre. El único varón había sido Gonzalo Yosevik “y anotamos este niño hijo de Antonia Antonov en los santos registros con el nombre de: Gonzalo por el presunto padre y Yosevik por el padre de Josefina, la primera Antonov en la comarca.”
¿Pero dónde estaría la madre del borrego? Era todavía una incógnita. Máximo recordó a “la Anta” la puta que había hecho debutar a casi todos los muchachos del pueblo y a sus padres. Ésta atendía en “Las Puertas Del Cielo” que quedaba frente a la ex estación del ferrocarril aproximadamente a cuatrocientos metros del ayuntamiento. ¡Imposible! ¿Podría ser que la desaparecida madre del alcalde fuera la madame del burdel? Algunas cositas empezaban a cerrar, por algo religiosamente todos los viernes (salvo error u omisión) Antonov entraba por Las Puertas Del Cielo anotaba algo de fiado en la barra, “pasaba para atrás” solito sin compañía de nadie y salía rato después un tanto emocionado y con aspecto más que desalineado; aniñado.
Entre libracos y risotadas casi histéricas periodista y opositor perdieron la noción del tiempo. Comenzaba a ceder firmamento Febo a las oscuras fuerzas endemoniadas de la noche. Los ojos ya se negaban a proseguir “horas extra” fuera del convenio colectivo de trabajo. Y el cerebro imaginaba estímulos inexistentes. La sinestesia amedrentaba la razón y el cuerpo pedía reposo. Calambres en la cerviz, cefaleas, náuseas y permanente sensación de estar encandilados fueron dando la pauta a los estudiosos de que iba siendo hora de abandonar el recinto y descansar hasta mañana. Máximo amablemente invitó a Bragante a cenar en su casa. Llegaron y Carmela se lució en artes culinarias. Comieron a sus anchas y luego del café Sottocorno invitó al forastero al cabaret ante la sorpresa y disgusto de su esposa.
–Me caés de sorpresa con gente a comer y encima te vas de putas- murmuró ofuscada la abnegada ama de casa.
–Nooo, pará que te cuento- y en breves minutos con no pocas palabras Máximo le contó a su mujer lo descubierto.
Llegaron al burdel e ingresaron entre miradas de desconcierto y vos quién sos que le dedicaban los habitué. En la barra pidieron algo fuerte y esperaron pacientemente. A las cuatro y media, entre prolongados bostezos el lugareño reconoció la imagen de: “La Anta” y ésta se hallaba disponible luego de despedir a... ¿A SU HIJO? Se le acercaron y le preguntaron si podían hablar los tres. La puta vieja sonrió con malicia y los hizo pasar “al fondo” por un largo corredor que comunicaba con unas dependencias que parecían estar en otra casa. Allí encontraron una mesa, un par de sillas, un televisor y pocos adornos de muy mal gusto. Observaron a la mujer, evidentemente retirada del “servicio social”, desalineada y con un olor a ginebra que mareaba aún a metro y medio de distancia.
- ¿Así que quieren fiestita?
Y cuando por fin los miró de frente ya no hubo ni un mínimo resquicio por donde pudiese escaparse ni el menor hálito de la idea conceptual de una duda. Era el calco exacto, de mayor edad, más gorda y con apenas menos bigote. Le conversaron incoherencias, le enseñaron lo nuevo de la telefonía celular y la retrataron. Entre copa y copa le preguntaron si nunca se había propuesto ser madre.
–Tuve un hijo... Gonzalo; pero ¿qué quieren ustedes, hablar o qué?
-No, no. Nada ya nos vamos.
A la mañana siguiente Carabineros y gendarmes daban vuelta por completo la casa de los Sottocorno sin testigos ni orden judicial. La misma imagen se repetiría en todos los hoteles de las localidades aledañas en busca del paradero de Antonio Bragante. A quien se lo acusaba de espionaje clasificado en desmedro del dignísimo ayuntamiento del Coronel González Plata.
*Once treinta de la misma mañana: Máximo Aurelio presentaba un recurso legal en la delegación de la fiscalía de Estado.
*Veinte horas: la televisión nacional difundía un ácido informe sobre la “mala sangre y dudosa genealogía del príncipe aldeano”.
Los vecinos se escandalizaron en toda la comarca. Los simples ciudadanos sonreían al notar el parecido publicado en todos los periódicos que, por supuesto, se hacían eco del programa “Desembarco Aliado En Normandía”. Fue, sin duda, el tema del día.
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