miércoles, 9 de diciembre de 2020

Proyectos inaplicables y la puta costumbre de poner el palo en la rueda Vlll

El Juicio

    El proceso no necesitó mucho tiempo para recavar las pruebas contra Máximo Sottocorno. El juicio era una parodia y una buena manera de deshacerse para siempre de este palo en la rueda que representaba el acusado. A sabiendas de que era ilegal desde la normativa hasta cada uno de los pasos del proceso se lo había mantenido en total incomunicación y sin posibilidad de defensa ya que ni abogado se le había permitido tener.  

    El juicio se desarrollaría como si fuese la edad media. Llegaron representantes del Vaticano, representantes de la iglesia local, vecinos destacados y sería público, es decir también abierto a simples ciudadanos. Comenzó a construirse en el centro de la plaza principal una pira hecha de durmientes de ferrocarril. La sentencia de culpabilidad estaba fijada desde antes de iniciar el juicio.

    La mañana en que se llevaría a cabo el juicio público del hereje, Antonov fue el primero en llegar a la plaza, acompañado por Dora Beata de la Cruz, Paco Malaspina, Catalina Ballesta y Timoteo Cordones. Se ubicaron en la primera fila, armados de tomates y ostentando amplias sonrisas. En las últimas filas se hallaba familia y amigos de Máximo Aurelio. Cerca de las diez, el reo fue llevado ante la presencia del altísimo tribunal dando comienzo a la parodia; pero... siempre hay un pero tratándose de Sottocorno. La familia y amigos de Máximo ostentaban una maliciosa sonrisa que desconcertaba  a sus verdugos.

Iniciando el trámite previo a la sentencia ya de antemano establecida por Antonov y sus secuaces, ante la mirada entre inquisidora de algunos, curiosa de muchos y desconcertante de todos los opositores al régimen Sottocorno fue llevado ante la corte eclesiástica. Entonces Sancho, con su aspecto desagradable y bonachón, haciendo gala de su condición de anfitrión dio comienzo a la ceremonia. Interrumpida ésta por la carraspera del oficial del Vaticano. 

Sancho se acercó a su eminencia y fue reprendido duramente por éste, hecho que no pasó desapercibido por nadie en el lugar. Finalmente se comenzó con el juicio. Se llevó al reo frente a la corte e inútilmente se intentó que éste se pusiera de rodillas. Los oficiales de carabineros y gendarmes lo golpearon repetidas veces hasta que por teléfono un juez garantista les recordó que violaban la constitución. Era obvio que el proceso sería televisado en vivo y en directo segundo a se-gun-do. Parece ser que la postura de Sottocorno tenía más adeptos de lo que Antonov suponía o el amarillismo por estos días era extremo. Una vez (de pie) frente al estrado, las manos esposadas hacia atrás y evidentes signos de maltrato, Máximo miró sobre el hombro, enfocó una silla y se sentó de golpe sin percatarse (o con toda intención) de que lo hacía sobre el alcalde. Éste intentó levantarse y al no lograrlo comenzó a chillar como cerdo. Alguien acercó entonces una silla para el acusado. En eso regresó Sancho vestido con traje de ceremonia, es que entre otras cosas, el arzobispo enviado de la santa sede le había reprendido por lo informal de sus vestiduras. 

-El traje de calle no es para los oficios- sentenció su eminencia. 

Pero Sancho tenía esa costumbre de no respetar los atavíos propios para cada cosa. Fue así como Máximo lo había descubierto acosando a niñas a la salida del colegio. Entre ellas a Brenda. Y era éste el as que se guardaba en la manga... Jé! El ciervo de dios... si no ¿cómo sabría que ese tipo al que golpeó por molestar a las niñas era el cura? Desde aquél día cada vez que se cruzaban en algún negocio o en la escuela Sancho bajaba la mirada y elegantemente se retiraba... pocos notaban la maniobra... pocos pero siempre alguien. Nadie es invisible, nadie totalmente impune.

-¡Máximo Aurelio Sottocorno! Está usted acusado de ateísmo y herejía en los casos que en el transcurso de esta jornada le iremos manifestando- comenzó el sacerdote a cargo de la parroquia del coronel González Plata. -Veamos entonces su origen: ¡hable!

-¿Quién es?- respondió Máximo simulando una conversación telefónica. 

A lo que el oficial de justicia respondió luego con un puntapié en las costillas. Sottocorno miró de reojo a su agresor y sonrió. Giró levemente sobre sus talones y respondió la agresión con un feroz planchazo sobre la boca del oficial... quien se desplomó inerte sobre el pedregoso suelo de la plaza. Ahora en actitud altiva y desafiante respondió: 

- Máximo Aurelio Sottocorno... noble de raza y espíritu... no como voz proxeneta ridículo que profesas una fe que no cumplís ¡pedófilo! 

La respuesta del público fue entre una carcajada y un generalizado murmullo. El enviado del Vaticano hizo sonar su garganta acallando la posible respuesta del párroco platense. Y pidió al acusado que por favor prosiguiera. Máximo comenzó por desautorizar al tribunal y recordar que la inquisición había terminado hacía ya varios siglos. A lo que el tribunal respondió que en su momento se hablaría del tema. Finalmente Sottocorno explicó su origen: 

-Romano, "señor"- y pronunció tal palabra de manera que en vez de respeto denotase repudio. -En el año 1.300 de nuestro señor Jesucristo mi familia se radicó en esta tierra. Bajo las órdenes del señor “Aurelio El Magno, por gracia de dios,” se sirvió en las cruzadas. Obteniendo así al regreso el título de Caballero. Y por los servicios a la corona nos fue ofrecida tierra bajo el calificativo de Marqués nombrando el rey como López a mi bis tátara abuelo y Marino por ser nuestro origen primigenio de una tierra de ultramar. Siendo éste el nombre que ostentaría el título nobiliario; pero con el derecho de conservar el propio por arrogancia familiar.

Estas declaraciones suscitaron un murmullo entre los oyentes y sobre todo entre los representantes de la fe.

-Máximo Aurelio- vociferó Sancho esgrimiendo la Biblia como si fuese un predicador de televisión – se le acusa de hereje y ateo ¿cómo se confiesa?

-¡Librepensador!- gritó Máximo y nadie podrá obligarme nunca a nada. Sé muy bien bajo los preceptos y valores que fui educado y al parecer mi moral es mucho más alta que la tuya- volvió acusar al sacerdote- ahora, a pesar de estar esposado con las manos en la espalda cargó contra Sancho y clavándole los ojos en el entrecejo del cura de pueblo prosiguió – ¿de qué me acusás? ¿Vos... tenés el descaro de ver la paja en el ojo ajeno? Esto provocó el tumulto general y la audiencia hubo de suspenderse por unos minutos.

Una vez reanudada la audiencia se le informó al acusado que estaba  acusado de herejía. Tranquilamente el acusado pronunció un extensísimo discurso que duró más de cuatro horas en el que explicaba la etimología de la palabra hereje y adoctrinaba sobre el concepto de la misma palabra. A cada momento, ejemplificaba con un leve ademán que señalaba al sacerdote del pueblo. Algunos vecinos se sorprendieron al descubrir el enciclopedismo religioso de este ateo. Explicó, por ejemplo el concepto de herejía en función de la fornicación... y miró largamente a su acusador. Luego hizo lo propio con el concepto de adulterio, adulteración y mentira... y miró más largamente otra vez a Sancho. Recordó las diez sugerencias- mandamientos- corrigió el arzobispo y explicó el por qué se habían dictado en aquél momento los motivos (a su criterio) históricos y políticos. Recitó a la perfección el padrenuestro, ave María, Gloria y Credo. Cerca de las doce de la noche lograron hacer que hiciera una pausa en su discurso ofreciéndole un vaso con agua. Acto que aprovechó el presidente del tribunal eclesiástico para llamar a cuarto intermedio hasta la mañana siguiente.

    A la mañana siguiente, como era domingo, el proceso comenzó con un oficio religioso. Antonov y los honorables miembros de la concejalía llegaron a media misa. Y no tan felices como ayer. El arzobispo ostentaba una expresión más severa que un muerto y no disimulaba el fastidio cada vez que se cruzaba la mirada con Antonov o con Sancho. 

 

    -¿Qué le pasa a este boludo? Comentó no en voz muy baja el alcalde.

 

-Máximo Sottocorno- comenzó la audiencia

- ¡Escribí bien el apellido infeliz!- se dirigió Máximo a “la india” que vaya uno a saber por qué estaba oficiando de escriba – Se escribe con dos te y con mayúscula ¿y cómo es que desempeñas una función pública si no sabés ni agarrar una lapicera? ¿Qué soñas? ¿Ser ministra de educación?

y la carcajada del pueblo fue generalizada. Tal vez varios compartían aquella inquietud. La improvisada escriba bufó por lo bajo y luego de varios intentos comenzó a escribir.

-Máximo Sottocorno- ahora era el arzobispo el que hablaba- se le acusa de herejía al profanar la casa del señor en palacio real y secuestrar en su propio domicilio al obispo real. Y en la pregunta estaba implícita la trampa. El secuestro no había sido en el domicilio del obispo sino en dependencias de la casa parroquial del palacio.

- Señor- respondió el acusado- si se me acusa de ateo ¿qué voy a hacer yo en el una iglesia? Por favor...

- ¿Secuestró usted al obispo de palacio?

- ¿y con qué motivo lo haría? Además... si me dice que al obispo lo secuestraron en su domicilio técnicamente dejaría de ser un secuestro para pasar a ser, en todo caso una toma de rehén. Si no me equivoco.

-No es el punto. ¿Ingresó usted en la iglesia y secuestró al obispo?

- Espere, "señor"- y otra vez sonó ofensiva tal palabra- ¿no dijo usted que el secuestro fue en su domicilio? ¿Qué vive? ¿En la iglesia o qué? El murmullo del pueblo fue generalizado. Luego sentenció: amparado en el artículo tercero de la constitución y por la gracia de su majestad el Rey, ni Usted ni nadie puede acusarme y sentenciarme sin pruebas. La inquisición terminó y por si eso fuera poco sabrá su excelencia que el vaticano pidió disculpas por la inquisición medieval. Entonces este juicio es nulo.

Otra vez el oficial de justicia intentó reprimir a Máximo pero se contuvo... y se fijó bien de mantenerse a distancia del reo. La multitud ya se hallaba exaltada y a punto de desbordarse.

El obispo aceptó a medias las palabras pronunciadas por Sottocorno. Acto seguido pidió al acusado que explicase entonces dónde había estado los días en cuestión, los de la profanación de la catedral y la casa parroquial.

- Pude haber estado en mi casa... en las tierras yermas del norte... en Las Puertas Del Cielo... en el palacio real... no importa. Soy un hombre libre que no me debo nada más que al rey- en todo caso- ¿por qué no le pregunta al representante de dios en la aldea qué hacía mientras que yo estaba en palacio según se me acusa? 

En ese momento Sancho se hallaba bebiendo, sorbete mediante, un refrescante jugo de durazno. Comenzó a toser casi al punto de ahogarse con su refresco 

–Con la vara que midas serás medido- y no diré una palabra más en mi defensa- se sentó y guardó completo silencio hasta el final del juicio.

    El jurado se retiró a los aposentos parroquiales de González Plata. Mostraron a Sancho filmaciones donde se lo veía manteniendo relaciones sexuales orales con una menor de edad, otra donde se veía al sacerdote felando a un muchachito, en otras se veía a miembros de la sociedad platense refregándose en plena misa ante la vista gorda de él. Y se le informó:

1.      Que la acusación de herejía parecía más un ajuste político de contra oposición que otra cosa.

2.    Que ante las evidencias se procedería a la excomunión del alcalde por no respetar la casa del señor (acusación proyectada vilmente sobre el acusado)

3.      Y su traslado a los calabozos de la santa sede para su proceso por incumplimientos morales varios con el agravante de buscar chivo expiatorio en la persona de un librepensador.

¿De donde habían sacado esas filmaciones? Claro... la tecnología que aún no llegaba para todos. Ese pequeño teléfono que traía el joven Maffina tenía incorporada un video filmador. Lo que es la ciencia.

 
    A las seis de la tarde se presentó el veredicto. El arzobispo se vio en la penosa tarea de pedir disculpas en nombre de la iglesia y anunció la remoción de Sancho. Asimismo expresó que Dios vería mejor a un librepensador ético y honesto que a un religioso malintencionado. 
 
    - Dios ve los corazones en cada acción- dijo- no cuenta las monedas del diezmo.

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