Luego de que
la virgen le granizara la misa a “Sancho” por mucho tiempo no se vio caer ni
una sola gota por parte de la madre naturaleza. Sólo Dud-Aqua en las mesas de toda
la comarca y los camiones de Malavida transportando agua “vaya uno a saber de
dónde” hasta los tanques de los vecinos. Nadie tenía claro por qué eran los
camiones de Malavida los que traían el líquido elemento hasta nuestras casas.
¿De dónde salía el agua si el río estaba seco? Se preguntaban algunos
ciudadanos comunes, los mismos de siempre...
Máximo
Aurelio presentó un recurso ciudadano de pedido de informes con el propósito de
poner en público conocimiento los motivos por los cuales se había contratado de
forma directa los servicios de transportes Malavida y el servicio de
distribución de agua de mesa Dud-Aqua. El pedido nunca fue respondido. Organizó
entonces, junto a un grupo de vecinos, una manifestación frente al Ayuntamiento
para reclamar información y más agua.
Comunicado
radial
-¡Buenos días a todos los vecinos de esta
plateada y calurosa comarca! Les informamos que hoy la temperatura alcanza los
42° a la sombra y aún no llegamos al mediodía, la humedad ambiente es del 0.1%
y las autoridades sanitarias recomiendan salir al sol con sombrero y barbijo.
Tenemos una información de último momento.
El señor Sottocorno, junto a un grupo de vecinos auto convocados invita a
concentrarse frente al ayuntamiento después de las 19.00 horas para solicitarle
al alcalde que aclare algunos puntos oscuros de los contratos del agua y pedir
asimismo un mayor suministro.
Al momento de manifestarse con suerte eran siete vecinos y no era de
esperarse otra cosa. A las diecinueve la temperatura aún no bajaba de 39°. Y
tanto había bajado gracias a una suave brisa que además de bajar unos grados de
temperatura levantaba por el aire el polvo resultante de la tierra reseca a
causa de la escasa humedad ambiente y el tiempo sin lluvia. Los pájaros se
negaban a cantar y por las calles mientras el sol se muestre sólo deambulaban
matas de yuyos resecos que cual pelotas giraban dando brincos mientras
recorrían la desolación de la calle
principal, algún que otro remolino producto de las variantes de presión
atmosférica y ofidios resecos tatuaban las calles.
Máximo
Aurelio se miraba en el gigantesco espejo mientras se acomodaba el flequillo
que el aire cálido se empeñaba en desarreglar sin notar que desde el espejo una
bella mujer vestida con túnicas blancas lo miraba sonriendo. Algo le recordó a
su madre; pero no supo qué. Intentaba observar a través del confuso reflejo,
los movimientos del alcalde en su oficina que lejos de asomarse hacia la
creciente muchedumbre (que ahora alcanzarían a veinte y unos doce perros... y
otros tantos niñitos) observaba desde la ventana contigua con unos catalejos
río arriba, lejos, lejos.
¿Cuál sería
el destino de esa mirada? Río arriba...
¿qué busca este hombre? pensó. Sintió una voz que le susurraba desde el
espejo pero sus palabras no llegaba a comprender. Intentó acomodarse nuevamente
el flequillo pero unos ojos negros se lo impidieron:
-Pero! Qué mierda mujer!
¿Cómo te has metido allí?- espetó fastidiado contra quien había osado evitar
que él, que Sottocorno, se mirase en el espejo.
-Hijo! Soy
María- respondió dulcemente pero con cierta sorpresa la inmaculada.
-¿Qué? ¿A
quién, a mí? ¿Yo tu hijo? ¡No... soñaste!
Paola Tapia
exclamó: - ¡La virgen habló! ¡La virgen le habló a Sottocorno! Tomó de los
brazos a Máximo, lo zamarreó y le exigió respeto al tiempo que le explicaba
algunas cuestiones que éste desconocía por haber sido criado el una familia
ateísta.
La Madre de Dios con un cierto tono de fastidio y marcando casi excesivamente los acentos
de cada palabra que pronunció volvió a dirigirse a Máximo Aurelio
-Hijo: más allá que no creas
en mí eres un hombre justo y serás para esta situación mi elemento. Es mi
palabra, he dicho.
Y los presentes respondieron: - Te alabamos María!.
Sottocorno fascinado miraba aquellos ojos sin entender qué le habría caído mal
la noche anterior y juró (con los dedos cruzados) no volver a beber. El reflejo
en el espejo siguió articulando palabras:
-Hijo mío, busca con que documentar y
busca la fuente. Yo te acompañaré.
A la
madrugada siguiente cuando se despertó en su cama, Máximo creyó que todo había
sido un sueño. Hasta que E. Tanque llegó a verlo para ir en busca de la fuente.
Pero: ¿qué fuente? Nadie sabía. Sólo el elegido que, para su sorpresa, no sabía
que lo sabía. Ignoraba Máximo quién lo había quitado de frente al espejo y cómo
había terminado la manifestación. Ernesto le comentó que luego de otear
largamente al sur con los binoculares el alcalde abordó su automóvil y marchó
rumbo a ciudad Sorondo.
Cargaron material en sus mochilas como si fuesen
guerrilleros: municiones (iban a pasar varios días en el campo abierto y
llevaban cada uno una escopeta) bolsa de dormir, una petaca cada uno, abrigo,
caña de pescar, tres caramañolas cada uno, binoculares, anteojos de sol,
filmadora, cámara de fotos, libreta y lapicera, brújula, cuchillos varios,
gorro y/o sombrero, en fin... equipados como para la guerra. Antes que fuera de
día partieron. Llegaron hasta la ribera, intentaron no ser vistos por nadie.
Los pescadores no serían un problema ya que la bajante los mantenía en sus casas;
pero el cauce se había constituido en lugar de citas adolescentes y furtivas.
Camuflados entre las sombras y la penumbra avanzaron a paso firme
escabulléndose entre el follaje ribereño. Ocuparon el cauce del río reseco y
enfilaron rumbo a lo que hubiera sido río arriba, si éste hubiese corrido como
habitualmente lo hacía. Caminaron hasta el mediodía, en ese momento el sol no
los dejó continuar. Buscaron refugio junto a un sauce que empezaba a perder sus
ramas ante la angustiosa sequía.
Tanque se
dispuso a armar un cigarrillo en el instante en que una brisa nauseabunda le
provocó repulsión. Se miraron acusándose mutuamente.
-¡Estás podrido!- dijo
Sottocorno- ¡andá a ver a un médico que te estás pudriendo en serio!
-yo no fui-
Respondió Ernesto- pensé que era tuyo
-¡Sí...
justamente... asqueroso! ¡andate detrás de esos arbustos y...!
Y la
discusión se prolongó por varios minutos hasta que una nueva ráfaga de gas
fulminante los enmudeció. Las pútreas emanaciones no habían sido precedidas de
sonido alguno, por lo tanto, ya no había sentido en seguir discutiendo.
Buscaron entonces el fétido origen del aroma a herrumbre carnal. Lo encontraron
a veinte metros, semienterrado en lo que
hubiera sido un lodazal, si hubiese tenido agua o, al menos, barro. La fuente
del perfume a parca enamorada era lo que quedaba de los despojos de un cuerpo
de jabalí y su ejército de gusanos descomponedores que se empeñaban en ocultar
las evidencias del crimen que la madre naturaleza había cometido con las manos
de su sicario: la sequía.
-Viste - dijo E. Tanque- y me acusabas a mí-.
Más allá, en
lo que fuera un pozón, descansaba la “osamenta” de una Carpa, ramas secas, y
algas que semejaban matas de hilo sisal. El sol del mediodía ya los cegaba al
punto de no ver, ninguno, los colores y tener la sensación de permanente
encandilamiento aún a través de los lentes oscuros bajo sus sombreros.
Buscaron refugio del fulminante castigo de Febo y, sin malos entendidos,
descansaron un rato. Tanque pudo por fin fumarse su cigarro y antes de entregarse
al sueño, Máximo le recomendó amablemente que provocara un incendio con los
desperdicios de su ejercicio del vicio del tabaco.
-¡Cuidado! ¡No quemes nada con eso infeliz!- comenzando a continuación
a dialogar con el espíritu de la osamenta de jabalí dejada unos minutos atrás.
Dialogaba en profundo y misterioso lenguaje porcino.
Tres días después, más allá de los límites comarcales, continuaban la
marcha por el reseco cauce de lo que otrora fuera el Gran Río Blanco. En un
recodo del cauce que pasaba no lejos del camino sintieron el rugir de motores y
divisaron a lo lejos el logotipo de Malavida en el lateral de un camión
Cisterna. Era obvio que iban en la dirección correcta en su búsqueda del agua
que le faltaba al río. Un aire fresco, como un aliento de vida llegaba desde
más allá de la siguiente curva del cauce. Y un fresco aroma a humedad les hizo
brotar lágrimas de emoción. Como si hubieran atravesado el umbral de la
eternidad, más allá de la curva del cauce del río encontraron vegetación, y se
escuchaban los pájaros en sus duelos de melodiosos gorjeos. Y mariposas que
colmaban el aire, colmado de moscas y mosquitos a la sombra de: Una pared!?
Ante el asombro de los hombres en una escena completamente surrealista
se alzaba un muro de ladrillos de aproximadamente diez metros de altura por
todo el ancho del cauce del río. El muro presentaba algunas mínimas fisuras por
las que huían, no gotas de agua sino apenas irónicos espasmos de humedad. -y
esto?- murmuró Sottocorno. Se miraron estupefactos y se sentaron en el suelo a
descansar. Anochecía cuando se dispusieron a escalar las paredes laterales del
cauce, entre arbustos y árboles borrachos de una lozanía que río abajo estaba
vedada a sus congéneres por una absurda ley seca a rajatabla. Sobre la margen
del río se ocultaron tras unas piedras para no ser vistos por el conductor de
otro de los camiones de Malavida que transitaba rumbo a la aldea chorreante de
un agua que allá nos faltaba.
Se acercaron cuanto pudieron hasta las construcciones que se hallaban y
se quedaron observando las dos torres y las tomas que se hallaban emplazadas.
Una ostentaba el logotipo de Malavida y la otra el de la empresa Dud-Aqua. No
vieron cisterna alguna, no divisaron planta de tratamiento ni nada. Nada más
que mangueras con las que se llenaban el tanque de los camiones y las botellas
y bidones. Un inimaginable negocio
redondo. Te crean la necesidad y te ofrecen el producto. Todo con el
consentimiento y la complicidad del Ayuntamiento. Bajaron al cauce nuevamente,
desanduvieron camino hasta la curva del río y allí improvisaron campamento. Con
las primeras luces desayunaron y prepararon el material para documentar el
fraude.
Entretanto el poblado se cocinaba al rayo del sol y sin una gota de
humedad. Ya no había humedad ni en el aliento de los perros, las mujeres no se
indisponían, los hombres no eyaculaban y nadie en los alrededores era capaz de
orinar. La sequedad de los vientres era tan extrema que las barrigas se
abultaban y salía materia fecal en forma de horrendos forúnculos en la cara de
las personas, en la espalda, pechos y ano. A los viejos se les volvían cada vez
más sarmentosas las manos, los niños mostraban arrugas en la piel, las
embarazadas corrían riesgo de sequía en sus úteros ya que ni el líquido
amniótico estaba a salvo de la evaporación. Algunos negocios vendían postales
del verano pasado y los vecinos que las compraban las ponían en los patios de
sus casas y de tardecita, cuando el sol nos daba un pequeño alivio, se sentaban
en ronda y pasaban horas contemplando cómo era la vida cuando el río traía el
preciado líquido.
Habiendo notado que faltaban de entre los habitantes dos de aquellos
que siempre andaban poniendo el palo en la rueda, Antonov se “olió” algo y
dispuso hacerse de la gracia del pueblo. Proclamó por la radio local que el
calor y la resequedad eran insoportables
y que él haría llover sobre la plaza el domingo después del mediodía.
Los empleados del ayuntamiento trabajaron arduamente durante tres noches e
instalaron un sistema de riego por aspersión. El mismo era alimentado por un
gigantesco tanque que para tal fin había sido colocado en el centro de la
plaza. Del mismo pendían una cantidad de mangueras conectadas a los aspersores.
La gente se preguntaba cómo funcionaría semejante maquinaria. Si no había presión
en la red ¿cómo llenarían el tanque de la plaza?
Finalmente llegó el tan esperado domingo. El Alcalde ataviado con unas
bermudas brasileras y su rigurosa camisa, corbata y saco, cortó la cinta roja y
ante la sorpresa de los vecinos y simples ciudadanos, luego de girar un grifo,
comenzó a llover. La delgada lluvia duró aproximadamente unos treinta y cinco
minutos. La gente comenzó a sacarse parte de las vestimentas y se agolpaba
debajo de los aspersores, felices. Hasta que la lluvia cesó. Todos, inclusive
los perros que jugaban a chapotear con los niños giraron y miraron a Antonov.
- Bueno... mis queridos conciudadanos, como habrán visto, una vez más
su alcalde ha cumplido; pero... el ayuntamiento no puede hacerse cargo del
costo de transporte del agua para la lluvia. Por lo tanto para mojarse con la
lluvia deberán pagar $1 (un real) por día por familia.
- Es razonable- dijo Dora Beata de la Cruz Martínez que estaba
disimulada entre la multitud.- ¡voy a ponerme el traje de baño!
- ¡Síííí!- gritaron todos y corrieron a sus casas volviendo luego de
unos minutos alistados como para lucirse en alguna playa de la costa azul.
No tardaron en aparecer algunos vendedores de helados (que eran
empleados del ayuntamiento) vecinos con sus filmadoras y personajes grotescamente
habituales de la realidad aldeana. Dorita apareció armada de una reposera y una
sombrilla, malla enteriza color violeta y anteojos de sol. Con su amplia
sonrisa mostrando sus enormes dientes y sin poder disimular sus prominentes
caderas y su vientre que disimulaba perfectamente sus noventa de pecho. Gonzalo
se quitó por primera vez en público después de muchos años la camisa y la
corbata y ostentó su huesudo torso pálido como culo de bebé y peludo. La India
llegó con algunos de sus amigos y se organizaron en un partido de Beach Volley.
Casi todo el pueblo se congregó a la espera del milagro de la lluvia de
Antonov. “Con esta la pegamos” pensó para sí. No obstante el sofocante calor
había evaporado todo el agua caída minutos antes y la atmósfera resultante era
peor que la sequía anterior. Gonzalo comenzó a preocuparse por la tardanza del
camión. Hasta que un oficial de carabineros le informó que Madre había cortado
los accesos al poblado y amenazaba con incendiar cubiertas si el Ayuntamiento
no les proveía de trajes de baño para ella y sus hijos. Como el alcalde les
mandó a decir que siendo domingo no tenía de dónde sacar para satisfacer sus
demandas Madre y sus hijos irrumpieron en la plaza en paños menores. Esto no
generó ni la más mínima sorpresa ya que el cuerpo desnudo de Madre era conocido
por casi todos los varones viriles de la aldea, entre ellos también por el
cura, el pastor, alcalde, comisario y hasta por el viejito que (cuando el río
traía agua) regaba las flores de la plaza. En realidad no sé si era eso o que
en el momento de llegar Madre a la plaza también llegaba el camión y comenzaba,
a través de los aspersores, nuevamente a llover.
Así, la gente, ese domingo se
olvidó de sus miserias y vivió como si fueran mejores épocas. Y agradeció a
Antonov por la lluvia y dio grandes limosnas en “el culto” del pastor del
ministerio “Dio´ es amor y salú”. El cura no tuvo la misma suerte ya que ése
mismo día a la mañana, la gente enojada con dios no había concurrido a misa y
con la limosna no le había alcanzado ni para el real de la entrada (que, en
realidad, se lo había prestado la directora de la escuela primaria). Quedó la
gente deambulando por las calles aledañas a la plaza hasta muy entrada la
noche. Parecía una fiesta religiosa del medioevo.
La improvisada playa se
convirtió en kermés, la kermés en fogón, el fogón en trasnochada. Y finalmente
la trasnochada en escándalo familiar ya que varios maridos confundieron: casas
de amantes con propias, casas propias con el burdel, cama propia con la cama del
vecino. Terminó la fiesta como un sincretismo entre los carnavales y los
saqueos previos a la caída de un presidente argentino.
A la una de la madrugada
las putas cerraron Las Puertas Del Cielo. Y muchas señoras,
aprovechando que sus maridos habían quedado dentro, abrieron las puertas de sus
propios burdeles. Ese mismo día de lluvia acabó todas las reservas de
preservativos de los kioscos y le dio vuelta a la cruz de Dora Beata, le garuó
finito cuando de regreso a su casa recibió el vuelto, sin un peso de más, de
tantas escapadas furtivas. Entró a su casa y oyó extraños ruidos que escapaban
de su habitación. Se preocupó puesto que José María, su marido, se hallaba de
viaje. Tomó un florero y blandiéndolo se encaminó por el pasillo pensando en
sus joyas y su cajita musical. Entonces quedó inmóvil al ver a su amiga Noelia
Comecoqui salir completamente denuda de su habitación rumbo al baño.
-¡Hija de mil putas!- gritó y lanzó un golpe a la cabeza de Noelia que,
por la diferencia de alturas, lo recibió en medio de un pecho. -¡Traidora!- Los gritos alertaron a José
María que, dentro del dormitorio, giraba sobre sí indeciso entre escapar,
esconderse o vestirse.
-Beatita pará que te explico- intentó Noelia
- Pará, qué? ¡Yeguuuua! ¡TE VOY A MATAR, PUTA!
Noelia intentaba hacerle
creer que estaba siendo víctima de un abuso o de una violación mientras
intentaba escapar sin notar que seguía desnuda. Afuera los vecinos comenzaban a
juntarse y Noelia salió desnuda, seguida de Dora Beata, seguida ésta por su
marido semidesnudo y en la vereda se trenzaron los tres: Dora intentaba linchar
a Comecoqui mientras ésta gritaba, intentaba huir y justificaba lo
injustificable, y José María intentaba separarlas mientras esquivaba algún que
otro florerazo dirigido entre insultos hacia él y contradecía torpemente las
acusaciones que en su contra prodigaba su amante.
-¡Linda mandarina resultó ser
el señor Arroyuelo!- comentó la madre de Paola Tapia y se metió en su casa para
llamar a carabineros. La trifulca terminó cuando se hicieron presentes dos
celulares policiales y arrearon: amantes, esposa y testigos al destacamento de
carabineros.
-¡Te lo perdiste por haberte ido a vivir tan lejos!- le comentó
Aceituno al alcalde- ¿Para qué te fuiste a Sorondo si acá tenés todo? ¡Hasta
calle con asfalto en la puerta de tu casa!
Ajenos a todo E. Tanque y Máximo Sottocorno habían encontrado el motivo
de la cruel sequía a ochenta kilómetros de la aldea. La caminata había sido
dura y la sorpresa peor. Compartieron lo que les quedaba de agua. Y comenzaron
a preparar las cámaras.
-Ernesto, dáme el rollo fotográfico para cargar la
máquina
-¿Qué rollo? ¿No lo trajiste vos?- respondió.
- No.- sentenció Máximo y recordó todos los ancestros de la virgen y le
atribuyó a viva voz el oficio de ramera haciendo mención de sus partes nobles.
-¿la filmadora anda?
- La filmadora sí- dijo E. Tanque.
Subieron los laterales del cauce y se arrastraron cuerpo a tierra hasta
obtener un buen ángulo. Filmaron todo: las bombas que succionaban el agua de la
laguna resultante por efectos del paredón, las mangueras y los terminales de
Dud-Aqua y Malavida. Filmaron al encargado de llenar una a una los bidones y
botellas que serían distribuidos entre los habitantes de la aldea a cargo del
ayuntamiento, y filmaron también cómo se llenaban los camiones cisterna que
proveían el suministro de los tanques de las casas y ahora (aunque aún ellos no
lo sabían) la lluvia pública, la lluvia de Antonov.
Con la información dentro de la cámara y las caramañolas nuevamente
llenas, retornaron al cauce del río y emprendieron el regreso al poblado.
Cuando llegaron, la plaza se había convertido en lugar de reunión obligado.
Todos iban a que Gonzalito les llueva sobre la cabeza. Máximo y Ernesto
lograron desencantar a unos pocos de sus secuaces y, en extremo conciliábulo,
proyectaron la filmación.
A la mañana siguiente en todos los negocios, las
oficinas del ayuntamiento, la dirección de la escuela primaria, el hospital y
las casas las radios hacían pública la denuncia y la desmentida de Antonov. Se
auto convocaron los vecinos frente al ayuntamiento. Sottocorno y Tanque
salieron de la emisora radial escoltados por carabineros y gendarmes que los
condujeron al destacamento policial, donde pasaron la noche bajo los cargos de
injurias contra la autoridad e intento de sedición. Esa noche a lo lejos se
veía relampaguear. También se escuchaban truenos. Antonov pronunció un discurso
desestimando las acusaciones y prometiendo más suministro de agua. Ahora
finamente gasificada.
A la mañana siguiente los habitantes de González Plata fueron
despertados por los añorados cantos de las aves. Un suave aroma a Santa Rosa
infundía alientos de vida como hacía mucho tiempo nadie sentía. Hacia las tres
de la tarde, cuando todo el pueblo se hallaba disfrutando de “la lluvia” en la
plaza alguien gritó:
-¡Se está nublando!
y en efecto, a lo lejos, en lo que
antes sería río arriba, se podía observar un frente de tormenta. A las cuatro
la temperatura había descendido dos grados. A las cinco caían las primeras
gotas y Antonov se ufanaba de haber cumplido con la promesa del mayor
suministro. De noche diluviaba como si Dios hubiera olvidado la promesa
bíblica. E. Tanque, colgado de los barrotes de la celda que aún compartiría por
varios días con Máximo, miraba llover. Río arriba como un guiso frío de porotos
se empezaba a revoltijar el vientre de la tierra, taponado por la represa de
Antonov, y con unas ganas terribles de estallar en una inmensa explosión
diarreica que defecaría el negocio del alcalde y pondría de manifiesto el contenido
del gran pozo ciego del interior del ayuntamiento.
Paulatinamente la lluvia fue embarrando los caminos más allá de los
límites comarcales. La lluvia y el barro dificultaban la marcha de los
camiones. Una vez evaluado el pronóstico del tiempo y sabiendo que la tormenta
que se aproximaba era de notable consideración Malavida y Demian Antonov
decidieron acelerar el suministro a fin que no desborde ni la mínima parte de
agua represada y alguien cuestione su negocio. Lo cierto es que a causa del
enorme embalse furtivamente instalado más allá de los límites comarcales, lejos
de la mirada indiscreta de los mismos de siempre, la evaporación había sido
miles de veces mayor a la habitual dentro de una región donde a esa altura del
año no corrían vientos. Semejante evaporación había generado un fenómeno
climático inusual y un gran frente de tormenta.
Entonces llovió, como ya se
sabe.
Llovió.
Llovió, y siguió lloviendo.
Llovió.
Diluviaba sobre el improvisado embalse construido sin argumentos de
ingeniería civil, sin los materiales adecuados, de una manera incorrecta, sin
informes ni estudio de impacto ambiental, sólo con la ambición desmedida del
hombre. De un minúsculo grupo de hombres. Y los caminos fuera de la comarca se
embarraron. Luego se fueron enfangando, inundando y se convirtió, la poca
extensión de ruta que no se hallaba bajo el agua, en un derretimiento inmundo
de manteca marrón. Los camiones de sendas empresas del agua comenzaron a
quedarse en el camino. Ya nada desagotaba la represa superexigida y sólo
quedaba como opción el descargar las mangueras ya no sobre los camiones o
bidones sino sobre el cauce fuera del muro de contención. Telefonearon al
alcalde y le pusieron al tanto de la situación.
-No.- fue su única respuesta-no
les regalemos ni una gota.
Como si el destino le hubiera querido cobrar por su
avaricia y mal proceder uno a uno los camiones de ambas empresas fueron
quedándose empantanados en los caminos en la curva cercana al dique los
camiones parecían estacionados en fila pero solamente estaban encajados en el
barro. Sólo podía circular uno de los móviles de Demián que consistía en un
viejo tractor que remolcaba una chata cargada de bidones de Dud-Aqua. El nivel
del embalse paulatinamente fue creciendo ya sin camiones que suplieran su
natural correntada el río tomó por las riendas la empresa del agua y llegó
hasta lo alto del paredón. Allí sucedió lo peor que puede sucederle a una represa, fue superada
por el nivel del agua. Entonces el río comenzó a fluir por encima del
improvisado dique y comenzó a correr desesperadamente a su encuentro con el mar
del mismo modo en que un niño corre a los brazos de su madre luego de haber
sido secuestrado. Y finalmente ante los atónitos ojos de Demián primero y un
kilómetro, ahora sí, río abajo del Omar Malavida, la represa cedió y lanzando
un victorioso rugido el río tomó posesión de su cauce y consecuente con la
furia acumulada por los meses de detención clandestina arrasó con todo lo que
encontró a su paso.
El agua corrió río abajo, ahora sí, lanzando estrepitosos gritos de
coraje. La horda ocasionaba desmanes por donde pasaba. La primer curva del río
quedó recta, el segundo recodo estalló y abandonó su cauce. Y siguió entonces
río abajo arrastrando casas, camiones empantanados, ciervos, vacas, castaños y
todo lo que el río alcanzaba era desmantelado o simplemente arrancado de su
lugar y llevado por la correntada. Cerca de la desembocadura el pueblo del
Coronel González Plata dormía su sueño aldeano. Dormía tranquilo bajo la fresca
que nos había regalado la lluvia del alcalde.
-Escuchá los truenos- alguien comentó al sentir el estruendo del agua
asoladora.
Y el enfurecido ejército de H2O atacó impíamente al poblado. Golpeó salvajemente las primeras casas y luego de tomarlo por asalto lo ocupó,
inundando casas y huertos con derretida manteca marrón, pintando la plaza y la
iglesia de un pincelazo. Hartando a los pobladores con el agua antes negada.
Ocupando todo. Uno de los primeros edificios en ser golpeados por la furia del
río fue el mismísimo Ayuntamiento. Edificio al que arrancó de cuajo y que se
fuera flotando hasta la plaza donde se topó con el gran tanque de agua que
detuvo su marcha. En el destacamento, luego de que carabineros y gendarmes
huyeran abandonando a los reos, Sottocorno y Tanque se colgaron de la ventana
para respirar ya que el agua los superaba en altura. El viejo escritorio de
madera comenzó a flotar y por cuestiones inexplicables golpeó debajo del clavo
donde se hallaban colgadas las llaves cayéndole éstas encima. E. Tanque
haciendo gala de sus dotes de pescador improvisó una línea con los cinturones
de ambos y “pescó” el escritorio acercándolo a la celda. Tomaron la llave,
abrieron la puerta y abandonaron el lugar.