miércoles, 22 de julio de 2020

La inscripción

El citado día de la inscripción habíase constituido medio pueblo, aún aquellos que sabían que no se hallaban encuadrados dentro de los requisitos. Así fue como previa entrevista para notificar llegó el tan esperado día de la cita. Cada cual llevó la documentación pertinente...

Fueron desfilando los distintos personajes postulantes a la pre – preadujicación. Entre ellos pasó la  maestra, la estudiante de economía, el poeta, el pintor (los mismos de siempre), pasó (con sus papeles listos) el criador de perros dogo, la empleada de la farmacia, la cajera del súper mercado, pasó también el  Omar Malavida y su señora, ante el asombro de los demás, desfiló también la Comecoqui y el Juanjo Martell.

Mientras que la estudiante de economía intentaba que la directora  del servicio de pediatría del hospital (que oficiaba de secretaria) se dignara dejar de bostezar y terminar de una vez la charla y el café y por fin le recibiera la documentación se asomó por la puertita derruida de lo que quedaba del Departamento De Inacción Social la amiga de la secretaria y le entregó una carpeta colgante con ventanita. -Te dejo los papeles de Armando, Dorita!- y haciendo grotescos ademanes se retiró.

Entre tanto que, a la espera de que por fin dejara de bostezar, la estudiante intentaba responder oralmente las preguntas que no le realizara la improvisada asistente social:

– Mirá, te explico, en casa la habitación de los chicos no tiene ventana, vivimos en el garaje de la casa de mamá.

- Sí, sí... no te preocupes... Ah ¡qué sueño tengo! Estoy desde las once de la mañana... después te completo todo... ¿Sí?

- ¡Nooo! Pará... ¿estos datos no son importantes?

– Sí pero después lo hago, si ya te conozco...

– Pero escuchame: la habitación de los chicos está sobre la cámara aséptica del pozo ciego. Y comparto el baño con la casa de mi mamá.

Nada. El silencio tan cruel como el vacío. La secretaria desvió la mirada y concluyó: - mañana te lo completo ahora estoy cansada.

En eso irrumpió “Madre” y fue conducida a la oficina contigua. Ésta venía acompañada por doce de sus hijos. Con madre nunca se sabía bien si iba a pedir algo, a pelearse con alguna esposa celosa o a improvisar alguna “pacífica ocupación” en reclamo de alguno de sus múltiples derechos.

El último turno de esa tarde fue para Máximo Aurelio. Entregó los papeles y un poco en broma susurró al oído de la secretaria:

- India: espero que ahora que estás vos acá las cosas sean más claras que de costumbre

- Sí Máx, me conocés.

– Mirá India... si no se hacen bien las cosas... bueno... me conocés.

Sottocorno y la India se conocían desde antes, gloriosas épocas en que ambos pertenecían a la oposición popular contra el régimen. Habían sido compañeros de armas. Con el tiempo se distanciaron. India no tenía cara y finalmente mimetizó su imagen, vendiendo su dignidad y logró posicionarse entre los que ganaban. A cambio de un puesto en el tribunal de la concejalía... y de la entrega de algunos de sus antiguos compañeros.

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