miércoles, 29 de julio de 2020
La transición
miércoles, 22 de julio de 2020
La inscripción
El citado día
de la inscripción habíase constituido medio pueblo, aún aquellos que sabían que
no se hallaban encuadrados dentro de los requisitos. Así fue como previa
entrevista para notificar llegó el tan esperado día de la cita. Cada cual llevó
la documentación pertinente...
Fueron desfilando los distintos personajes postulantes a la pre – preadujicación. Entre ellos pasó la maestra, la estudiante de economía, el poeta, el pintor (los mismos de siempre), pasó (con sus papeles listos) el criador de perros dogo, la empleada de la farmacia, la cajera del súper mercado, pasó también el Omar Malavida y su señora, ante el asombro de los demás, desfiló también la Comecoqui y el Juanjo Martell.
Mientras que la estudiante de economía intentaba que la directora del servicio de pediatría del hospital (que oficiaba de secretaria) se dignara dejar de bostezar y terminar de una vez la charla y el café y por fin le recibiera la documentación se asomó por la puertita derruida de lo que quedaba del Departamento De Inacción Social la amiga de la secretaria y le entregó una carpeta colgante con ventanita. -Te dejo los papeles de Armando, Dorita!- y haciendo grotescos ademanes se retiró.
Entre tanto
que, a la espera de que por fin dejara de bostezar, la estudiante intentaba
responder oralmente las preguntas que no le realizara la improvisada asistente
social:
– Mirá, te explico, en casa la habitación de los chicos no tiene ventana, vivimos en el garaje de la casa de mamá.
- Sí, sí... no te preocupes... Ah ¡qué sueño tengo! Estoy desde las once de la mañana... después te completo todo... ¿Sí?
- ¡Nooo!
Pará... ¿estos datos no son importantes?
– Sí pero después lo hago, si ya te
conozco...
– Pero escuchame: la habitación de los chicos está sobre la cámara
aséptica del pozo ciego. Y comparto el baño con la casa de mi mamá.
Nada. El silencio tan cruel como el vacío. La secretaria desvió la mirada y concluyó: - mañana te lo completo ahora estoy cansada.
En eso irrumpió “Madre” y fue conducida a la oficina contigua. Ésta venía acompañada por doce de sus hijos. Con madre nunca se sabía bien si iba a pedir algo, a pelearse con alguna esposa celosa o a improvisar alguna “pacífica ocupación” en reclamo de alguno de sus múltiples derechos.
El último
turno de esa tarde fue para Máximo Aurelio. Entregó los papeles y un poco en
broma susurró al oído de la secretaria:
- India: espero que ahora que estás vos acá las cosas sean más claras que de costumbre
- Sí Máx, me conocés.
– Mirá India... si no se hacen bien las cosas... bueno... me conocés.
Sottocorno y la India se conocían desde antes, gloriosas épocas en que ambos pertenecían a la oposición popular contra el régimen. Habían sido compañeros de armas. Con el tiempo se distanciaron. India no tenía cara y finalmente mimetizó su imagen, vendiendo su dignidad y logró posicionarse entre los que ganaban. A cambio de un puesto en el tribunal de la concejalía... y de la entrega de algunos de sus antiguos compañeros.
miércoles, 15 de julio de 2020
El Plan
- El titular de la inscripción en todos los casos debe ser el jefe de familia del grupo familiar que se postula.
- Constituir un grupo familiar.
- No poseer propiedad inmueble, loteo social del ayuntamiento, u otras operatorias de viviendas cedidas o vendidas por la casa real o alcaldía o ayuntamiento correspondientemente.
- Ser mayor de 21 años, menor emancipado o difunto pero habilitado para sufragar.
- Acreditar ingresos dentro del grupo familiar de 1.154 reales con 36 centavos y medio.
- Ser nativo del reino y acreditar una residencia ininterrumpida con más de tres años en el páramo. Extranjeros y tercermundistas residencia ininterrumpida de más de diez años.
- Los adjudicatarios al momento de la adjudicación deberán abonar a este ayuntamiento el costo nominal del solar destinado a la construcción de la vivienda hasta en 12 cuotas.
El Opositor
No todos en González Plata eran tiernas ovejas. Existían opositores oficiales de esos que salían a “pegar” en la radio y que luego “arreglaban” por unos colchones o un puestito. Había algunos afiliados al Partido Popular, en abierta contradicción al alcalde que pertenecía a un partido que sólo sobrevivía en la región: el partido de la Unidad Civil; pero que algunos sabíamos que tranzaban y recibían a cambio: materiales de construcción, becas de estudio para sus hijos, o simplemente la gloria de saberse del bando ganador ya que en los últimos treinta años el resultado electoral siempre inclinaba la balanza para el mismo lado. Alguna que otra vez la duda sobrevolaba las mesas electorales y nadie, ni el mismísimo diablo sabía cuál había sido el contenido real de las urnas que viajaban repletas de sufragios con recibo, rumbo a la capital del Estado. Los opositores solían, con habitualidad, ser más oficialistas que el mismo Antonov, tal es la vez en que un candidato misteriosamente perdió el interés y luego se le vio con un vehículo nuevo tras un dudoso escrutinio.
Lo cierto que entre tanto opositor había uno que se destacaba por ser opositor a todo. No estuvo de acuerdo cuando se asfaltaron los caminos rurales; él prefería que se asfaltara el poblado. No le pareció bien cuando se intentó instalar la guardería de residuos radiactivos, ni cuando se quiso secar el río. Se opuso a la ordenanza de amputación de penes aviares. Se molestó con el intento de clausura de la escuela agroindustrial, con la eliminación de las fiestas patrias, con la reimplantación de la inquisición. Se quejó por el desmantelamiento de la casa de la cultura, por el proyecto “dame un libro te doy una birra” impulsado por la concejalía y presentó un recurso legal cuando quisimos nombrar príncipe al alcalde para que así, en un mañana, Gonzalo Yosevik Antonov pudiese aspirar a la corona. Se opuso también al cierre del burdel. En fin un inconformista. El eterno disconforme, según la calificación oficial, no había cacso que le fuera bien. Máximo Aurelio Sottocorno: el eterno disconforme, palo en la rueda, quinta pata, no me gusta, olfatito fino, pulcro, qué te creés, etc. eran algunos de los calificativos con los que se dirigían a él los miembros de la concejalía y del ayuntamiento. Con este tipejo no se podía arreglar, más terco que una mula, inflexible, de los que prefieren no comer pero mantenerse en su postura, según el I Ching “un búfalo de los que fijan el objetivo y embisten”, capaz de morir por sus ideales. Había, en otros tiempos, forjado su espíritu en las filas guerreras del “illañam” (el camino de la luz). Aún así este hombre era más afecto a la pluma que a la espada; pero también era partidario del lema: “Se Acaban Las Palabras Y Empiezan Los Tiros”. Lema que traía hecho carne de sus años de “caminista”.
Mirror
Aquella mañana soleada, Sottocorno estaba mirando su perfil helénico en todas las vidrieras del centro, como era su costumbre. Suspiraba de a ratos y decía para sí: -Y... la culpa es de mamá!- mientras acariciaba su mentón y seguía caminando hasta la próxima vidriera donde simulaba detener su atención en las mercancías ostentadas por los comerciantes y de paso acomodaba su flequillo y ensayaba alguna que otra expresión. Cierta vez una psicóloga lo tildó de histriónico narcisista; pero el motivo real, según él, fue la rotunda negativa a dejarse enamorar por ella. “No le llegaba ni a los talones.” En este trámite se encontraba cuando pasó frente al espejo que se alzaba en la vereda opuesta al ayuntamiento. No observó su perfil, ni tampoco pudo ver un claro reflejo de lo que se tejía puertas adentro de los aposentos del alcalde. Pero divisó un cielo tormentoso que le provocó un escalofrío como pocas veces había sentido. Tal vez como un presagio de que algo terrible iría a suceder en el corto plazo. Si bien no era un hombre de andar creyendo en supercherías sabía que nada bueno solía reflejarse en aquél curioso espejo. Giró sobre sus talones y perdió su mirada entre el techo del ayuntamiento y el cielo.
Recordó la vez en que paseando por ese mismo lugar había visto reflejarse una cuna con las palabras “Enola Gay” inscriptas en su lateral meciéndose suavemente en un ambiente de tinieblas. Y que luego saliera a la luz la intención de instalar en las cercanías de la aldea un depósito de residuos radioactivos. Se preguntaba cómo a una persona que tuviese el entendimiento, no superior, por lo menos equiparable al de un simio se le podría haber ocurrido escuchar semejante oferta y no descartarla de plano. Si no había en toda la comarca tecnología que aplique tales materiales, ni menos aún tecnología para evitar una catástrofe de dimensiones en el caso de alguna fuga de material. En aquella ocasión, alcalde y concejalía no comprendía cómo había hecho “la oposición”, Máximo Sottocorno, y los mismos de siempre, para filtrar la información triplemente clasificada. Durante semanas pudo verse a Gonzalito Antonov en nocturnas escapadas escudriñar el espejo armado de una vela negra, de una linterna a veces, adhiriendo su ralo bigote contra el vidrio otras y finalmente en un suplicio intentando adivinar cómo era que el espejo reflejaba lo que ellos no querían que se viera. La ecuación era simple, no hay mejor lector que aquél que quiere leer. El espejo sólo refleja imágenes. Muchas veces estas imágenes eran metafóricas; pero no había en todo el ayuntamiento quien fuera capaz de entenderlas. Eso era mucho pedir. Si las hubiesen entendido de seguro que las censuraban.
Metáfora: divina forma de expresión, palabras de Dioses y poetas, capaz de ser entendida por gente común... no para cualquier vecino. Así fue como se puso de manifiesto que se estaba acunando algo que ver con los residuos de alguna planta nuclear. Un millón de reales habría recibido la concejalía para firmar los acuerdos y otro tanto el príncipe aldeano. Se convocó una audiencia pública pasaron los oradores y escucharon los vecinos. Habló la doctora, habló el comisionado y escucharon los vecinos. Habló Sottocorno, habló el alcalde, habló el presidente de la comisión internacional de energía atómica y escucharon los vecinos. Habló el representante de Green peace y para estas alturas ya era entrada la noche. Los representantes políticos se hallaban de banquete en el club social y los vecinos que seguían ocupando sus sillas era porque estaban en profunda meditación onírica. Y a ronquido limpio.
En estos divagues se encontraba Sottocorno cuando una voz le trajo inesperadamente de regreso a la realidad. – Señor: ¿quiere el diario?