Proyecto vacacional (final)
Como era de suponer hubo quienes festejaron la medida, tal fue el caso de Catalina Ballesta, Madre Grimaldi y otros tantos obsecuentes y “opositormente” oficialistas. Los mismos de siempre se opusieron. No era que necesitaran del recinto ya que una vez conformados los grupos culturales las reuniones podrían realizarse en la plaza o en cualquier casa de familia. Pero había algo que los sublevaba: la cruel y despiadada mentira de Antonov y sus secuaces consejeros. Ni un centavo del ayuntamiento era destinado a la casa de cultura. La refacción y puesta en funcionamiento, el consumo de electricidad, gas y agua corriente, los derechos de autor de los conciertos, obras de teatro y demás eventos allí realizados, los materiales utilizados en expresión plástica, los cursos, seminarios, audiciones y conferencias, en fin todo el funcionamiento de la casa de la cultura era sin un puto aporte del puto ayuntamiento ni de la puta concejalía. Todo, absolutamente todo corría por cuenta y orden de sus concurrentes. La institución se autofinanciaba y el excedente de la excelsa administración se había utilizado para la ampliación del edificio y caridad alimenticia financiando al comedor comunitario que había sufrido la disminución en los aportes oficiales.
Otra vez: mensajes en la radio, panfletos, radios abiertas, cartas a los diarios e improvisados mítines en las esquinas del “Plateado” y frente al ayuntamiento. Como contrapartida o propaganda oficial Dora Beata parió un hermoso proyecto vacacional: “Dame un libro... te doy una birra” consistente en el trueque de material bibliográfico en desuso por bebidas alcohólicas preferentemente cerveza de mala calidad. Promocionando el libertinaje y la diversión sin límites durante las vacaciones.
Llegaron grupos de alborotados adolescentes que acamparon en las afueras de la aldea, a orillas del río Blanco, en la plaza, en el estacionamiento del ayuntamiento. Dora Beata de la Cruz Martínez inauguró “Las vacaciones más locas del reino” amontonando los libros en una inmensa pira frente al colegio secundario. Miles de alumnos renegados desfilaban frente al silencioso edificio que parecía llorar a través de sus ventanales y al grito de: -¡Birra, Birra, Birra!- encendieron en nacionalsocialista hoguera el montón de libros cambiados por alcohol. Dorita sonreía mostrando groseramente sus equinos dientes y desde improvisado palco saludaba con la mano derecha el desfile de las diferentes delegaciones que a su paso elevaban la mano y clamaban por más cerveza.
-¡Birra, Birra, Birra!
-¡Birra, Birra, Birra!
-¡Birra, Birra, Birra!
La imagen dio vueltas al mundo. Ochenta vueltas en un solo día. Los europeos miraban horrorizados y varios noticieros se atrevieron a establecer la analogía entre éste desfile de “locas vacaciones” y la quema de libros del tercer Reich. Los norteamericanos aprovecharon la volada para hacer propaganda en contra de las monarquías, menos de la inglesa... por supuesto. Los chinos, por las dudas, estacionaron sus tanques de guerra en casi todas las plazas de la república (todas rojas). Los rusos ignoraron diplomáticamente el tema, ya que como se sabe hubieran preferido irrumpir a los disparos en el recinto y culpar (por si las moscas) a los chehenos, o a los de Georgia, o a los de... Pero el caso más extraño se vio en Sudamérica donde no sólo no se repudió lo sucedido sino que algunos conductores de programas de tevé lo usaron en sus humoradas y no faltaron los idiotas que intentaron realizar quematas similares en sus propios pueblos.
La ocupada aldea traía infames recuerdos de otras épocas, plazas copadas por las fuerzas del tirano ante la atónita mirada de estupefactos pobladores y, contra esto, la tímida oposición de un grupo mínimo, de aquellos mismos de siempre que no se sometían a la demagogia.
Y que no lo harían nunca.
Nunca.
La noche de la quema de libros terminó, como era de suponerse, cuando llegó el día. Ya con las primeras luces del alba podía verse el triste espectáculo de miles de cuerpos diseminados por casi todas las calles del poblado. Charcos, lagunas, mares de vómitos emanaban su hediondez inundando el aire de un almizcle ácido. Cerca del barrio de comercio unos perros lamían los despojos lanzados por los ebrios. Más allá la perra pastor alemán del maestro defecaba sobre los cuerpos de otro grupo de alumnos renegados. Llegando al basurero los recolectores notaron que entre los despojos que llevaban en el camión habían cargado (tal vez sin querer, tal vez no) algunos borrachos. La misma Dora Beata fue encontrada hiperultraemborrachada y semidesnuda junto a dos adolescentes detrás del escenario de la plaza. Los vecinos parapetados en sus casas llamaban furiosos a la radio; mientras que los simples ciudadanos, rumbo a sus diarias ocupaciones, esquivaban los cuerpos diseminados por doquier.
Llegando el mediodía cuando Febo comenzó a hacer ostentación de su magnificencia, las náuseas de su propio hedor hizo multiplicarse la superficie de vómito diseminado. Cerca de las seis de la tarde cuando la fresca paulatinamente desplazaba el nocivo efecto del calor solar se hizo tangible la aseveración de las sagradas escrituras y asistimos a la resurrección de los muertos. Comenzaron a moverse los cuerpos adolescentes y nuevamente hordas de jóvenes coparon la aldea. Tímidamente al principio, enardecidos luego recorrían las pocas calles al grito unánime de: -¡Birra, Birra, Birra! La presidenta de la concejalía notaba a su pesar que el chiste se le había escapado de las manos. Pero luego de que uno de los niños que la había poseído entre copas la noche anterior le acercara más cerveza se unió a la caravana.
Las hordas asolaron la estación incentivados por Dorita. Luego (aún desconocemos quién fue el iluminado) alguien sugirió que si era “dame un libro, te doy una birra” libros hay en una biblioteca. Y así fue como los jóvenes, en plena ansiedad post-resaca destruyeron la biblioteca popular. Ante tal magnitud de desmanes el Real Instituto de Salud Pública, puso a la aldea en cuarentena y por expresa “sugerencia” del superintendente de la comunidad regional Antonov hubo de declarar zona de desastre generacional y ley seca hasta que se normalicen las cosas.
Finalmente, luego de arduas batallas propagandísticas en radios, folletos, programas de televisión regional, cartas de lectores, afiches, boca a boca, y repartijas de comité el ayuntamiento revocó la sesión en préstamo del edificio de la ex estación ferroviaria a los integrantes de “la casa de la cultura”. Quedó claro entre la población no adicta a Gonzalito Antonov que el ayuntamiento no había nunca desembolsado ni un real en el funcionamiento de la clausurada institución. Entre los obsecuentemente adictos al alcalde podía verse una sonrisa de satisfacción y escuchar de sus pútridas bocas expresiones de apoyo por el ahorro logrado.
El jefe partidario de la Unidad Civil pidió explicaciones al alcalde de Coronel González Plata por los hechos acaecidos durante la “semana loca”. Y en congreso general partidario Antonov tuvo que dar explicaciones.
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