Los ánimos estaban muy caldeados entre la cúpula política de la comunidad Extremo-Boreal. Los comisionados y alcaldes de las comarcas aledañas habían mostrado ante el superintendente su descontento por los acontecimientos de público conocimiento. Para calmar un poco los ánimos y colocar paños fríos a la situación Malaspina le sugirió a Gonzalo organizar una cena partidaria en el club de González Plata. Y (puertas adentro) lavar toda la ropita sucia en casa.
La idea fue bien recibida por los altos funcionarios de la Unidad Civil que suponían una especie de juicio interno de desafuero para la descocada presidenta de la concejalía. La cena se organizó casi en secreto. Ningún medio en la puerta, cero difusión. Dentro del salón se organizaron las mesas en dos largas hileras: la primera se desarrollaba desde la puerta de entrada hasta las puertas de la cocina y la segunda desde las puertas de la cocina casi hasta los baños. Fueron llegando los invitados. “Paco” oficiaba de anfitrión y fue colocando estratégicamente a cada uno de los concurrentes: cerca de la cocina en ambas mesas los funcionarios de más alto rango, en la primer mesa los fumadores para que el humo saliera por la puerta y no molestase a los demás. El superintendente en la segunda mesa, tercer lugar flanqueado por su secretario y por su hombre de confianza, frente a él: Dora Beata, flanqueada por el mismo Malaspina y el alcalde. Gonzalo llegó “socialmente tarde” tal vez para ahorrarse algunas vergüencitas. La estrategia de Malaspina consistía en que Dorita amainara la bronca del superintendente mediante suaves y disimulados masajes genitales durante la comida.
La cena se desarrolló en un clima tenso. Los mariachis equivocaban los acordes y el cantor olvidaba la letra. Podía escucharse el crujir de cada mandíbula y el maquinar maquiavélico de cada cerebro allí presente. Nadie emitía sonido alguno, ni las botellas de vino se atrevieron a celebrar en voz alta su propio descorche. Como para romper el hielo de esta atmósfera glaciar Dora Beata tuvo la feliz idea de comentar:
- ¡hummmm qué ácido este vino! ¡Podrían haber traído unas cervecitas!
Y miró al superintendente mostrándole su sonrisa equina luego de un relincho de carcajadas. Esto sacó por completo de sus cabales al funcionario que ya por completo superado en su capacidad de tolerancia comenzó a los gritos. Furioso. Insultaba a Antonov y a Dora Beata con una frecuencia de ametralladora antiaérea. Pero con mayor agresividad. Dora irrumpió en llanto. Se retiró de la mesa en huía pavorosa hacia el baño, seguida por Malaspina mientras que los comensales intentaban evitar un infarto del superintendente. Algunos de los músicos corrieron hacia la puerta y otros intentaban hacer sonar los acordes del himno partidario. En los alrededores del club los perros aullaban como si el Armagedón hubiera dado inicio.
En el baño de damas Paco increpaba la poca pericia de Dora para acariciar so mantel los huevos del “jefe” con la planta de su regordete pie. Ésta desde detrás del empaste negro chorreando por sus mejillas y sus coloradísimos ojos llorones con voz entrecortada de sollozos se defendió:
-Infeliz! la mesa que dispusieron es muy ancha, cabe una persona entre las rodillas de los comensales enfrentados. Me estiré lo que pude... pero mi pierna es demasiado corta... ¡No llegué!
Y continuó llorando. Paco volvió a la mesa donde la cena finalizaba y comenzaba (apenas más tranquilos) el debate por la inconducta de la funcionaria. Cuando Antonov se acercó hasta el baño para orinar y luego ver la situación de su amiga, notó que ésta se había marchado. Un tanto preocupado volvió a su lugar en la mesa. Varios funcionarios notaron la desazón del alcalde.
Tal vez notando la pesadumbre de Gonzalito, el superintendente fue aflojando en su discurso. Al momento del wishky ya se lo notaba relajado. Recostado sobre el respaldo de su silla sonrió un par de veces y ante la sorpresa de todos los presentes dijo que la verdad no era para tanto... que los medios amarillistas y que el lunes a primera hora definimos que hacemos.
-Gonzalito te llamo ¿Sí?
Se puso de pie acomodó la camisa dentro del pantalón, se prendió el cinto que había aflojado luego del segundo plato y dio por concluida la cena. Quedaban en el salón el mestre, Antonov y Malaspina cuando ante la sorpresa de los últimos salió Dora del baño con una amplia sonrisa.
Ostentaba entre sus dientes algo similar a un trozo de hilo dental de un color gris indefinido.
Lunes por la madrugada, Dora Beata de la Cruz Martínez cedía su puesto en la concejalía a Timoteo Cordones y asumía, previo llamado del “jefe” a la oficina del alcalde, como secretaria personal del Superintendente de la Comunidad Regional.
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