Sottocorno fue invitado por el “gordo” Renguetti a una reunión en la capital de la comunidad regional con el propósito de delinear los objetivos de un nuevo partido. Una vez allí Máximo se enteró con cierto desagrado que la idea era impulsar una alianza entre el nuevo partido y la Unidad Civil. Él nunca había coincidido con Antonov ni con ninguno de los suyos. Comentó a los integrantes de la asamblea que a pesar de estar en desacuerdo por varias razones veía positivo el hecho de poder intervenir desde adentro y así evitar actos demagógicos como los que se habían observado de mano de Antonov y del superintendente. Igualmente la presidenta de la asamblea general y fundadora del partido aclaró que ella había firmado la alianza en el ámbito regional pero que no obstante cada comarca tenía la libertad de plegarse o no. Que las alianzas comarcales eran resorte de cada uno de los integrantes de la mesa en el ámbito local. Sottocorno aclaró que él no estaba dispuesto a firmar alianza alguna mientras que Antonov mantuviese sin enmiendas la aberrante situación del plan de viviendas que le perjudicaba en lo personal y que además era prueba más que tangible de los desmanejos comarcales de este señor. El “gordo” Renguetti apoyó la posición de Máximo y los delegados zonales también.
- Mirá querida- alardeó Renguetti -si no arreglamos lo de las casas... en González Plata no se firma nada.
-Chicos... -respondió complaciente la presidenta de la asamblea- ustedes verán qué negocian, qué piden y qué dan.
-Esto es así: yo no avalo la corrupción! ¿Entendes?- espetó Máximo- a lo sumo si prefieren doy un paso al costado y sigan ustedes.
-No, Máximo. Queremos contar con vos. No te preocupes... si no solucionamos las cosas como corresponde “lo hago retar por el superintendente de la comunidad regional”. Además le voy a decir que cómo me va a dejar afuera del plan a un compañero. Todos sabemos cómo se dirimen estas cuestiones. Yo lo llamo el lunes a primera hora... y después hablo con vos.
Renguetti y Sotocorno se miraron complacidos ante la alocución de la presidenta de la asamblea. Renguetti repitió: -si no arreglan lo de tu casa, no firmamos.
De regreso por los interminables caminos que separaban la capital regional del último poblado del reino se planteó la necesidad de realizar una reunión “con los muchachos”. –Mirá- dijo el gordo- van a tener que aceptar.
-No sé- comentó Máximo- hay que hacer la reunión y plantear el asunto. No vaya a ser que firmes un acuerdo y nadie te apoye... era la idea presentar una oposición creíble contra Antonov y si ahora le salís con otra cosa... si no quieren no te van a seguir.
-Van a hacer lo que yo les diga- levantó la voz Renguetti.
- Hay que hacer la reunión y ver primero qué opina la gente... de última no firmamos nada... y listo.
-Máximo: ¿vamos a trabar discusión como aquella vez? No llegaremos a nada.
-Ya me conocés Renguetti. Las cosas como corresponden o nada.
Menudo revuelo causó entre los vecinos de la aldea la aparición en el diario de la carta de Máximo. Y no era para menos, varios eran los que coincidían con todos y cada uno de los conceptos allí vertidos. Ya de mañana, en la calle principal de la aldea varios ciudadanos habían hecho saber a Sottocorno que apoyaban lo que allí se expresaba. Ése mismo día, cerca del mediodía Antonov recibió en su despacho al ciudadano disconforme.
Máximo ingresó en la antesala del despacho y fue recibido a regañadientes por la secretaria Blanca Maravillas. Pidió audiencia.
-Mire, Sotocorno- y pronunció el apellido como mordiendo cada una de las letras con el que estaba escrito.- no sé si Gonzalo lo podrá atender. Usted no tiene audiencia solicitada- y por poco, al pronunciar las palabras, se fractura el maxilar del odio con que articulaba.
-Por favor, avísele que estoy. Es verdad que no pedí audiencia previamente; pero sé que él me espera.
Al ingresar por la puerta delantera del ayuntamiento había notado el impacto causado por la publicación de la carta de lectores. La secretaria de ingreso le sonrió casi con vergüenza, en la oficina de catastro lo taladraron como a un hereje, los funcionarios de obras públicas le dedicaron una mirada de desprecio y posteriormente le dieron vuelta la cara. Mientras que la señorita Maravillas, de ser posible lo hubiera ajusticiado con sus propias e inútiles manos, allí mismo y en ese mismito instante.
Al momento de ser anunciado Máximo y Gonzalo estrecharon sus manos, sólo por protocolo. El aspecto de Antonov era terrible: sus ojos altamente vidriosos, sus manos sudadas, su cabello que daba la impresión de haber sido secado al viento por el efecto del desplazamiento sobre una motocicleta de madrugada y a excesiva velocidad. Su aspecto general inquieto como conejo luego de una persecución de galgos, o como saliendo de una terrible carga de cemento, o cal... de la buena. Ambos se apostaron a sendos lados del escritorio.
-Leí tu carta... No es tan así.- y ese “tan” retumbó en los oídos de Sottocorno como la picota sobre la cabeza de un condenado. Hijo de puta (pensó) si no es “tan así” quiere decir que sí lo es.- Además no sé quien puso ese listado allí. No sabés el mal que me causa eso justo ahora que se vienen las elecciones. Yo hubiera preferido que no apareciera.
- Y si no sabés vos quien los puso... Apareció precisamente por las elecciones... para captar votos... pasa que no esperaban mi reacción... y ahora es tarde. Mirá Gonzalo: como allí reza hay cuestiones que no me cierran. ¡No me jodas! Nos conocemos quienes somos y cuanto calza cada uno! Acá hay mal olor y yo no me lo banco. En ese listado hay gente que no debería estar.
-Si ya tuve quejas por la inclusión del Malavida; pero...
- No pará, no te cuestiono su presencia en la lista, es un trabajador y yo sé que el tipo se levantaba a las seis de la mañana para salir con el camión.
-Sí; pero me han cuestionado porque tiene los camiones, su casa, la casa de su madre, la otra casita que está construyendo, los dos automóviles franceses nuevitos...
A todo esto Máximo sabía que había aun más cosas; pero se limitó a escuchar las enumeraciones del alcalde que sólo justificaban lo acertado de la carta. Pensaba para sí “hijo de puta, hijo de mil putas; si sabés todo esto que estás diciendo quiere decir que nunca fuiste inocente al acomodo denunciado. ¿Cómo mierda una vez más te burlaste de la gente?”
- No es como dice tu carta que plan amigo, plan amigo dos... así fue, en todo caso el plan del sindicato de empleados- intentó Antonov y fue interrumpido por Sottocorno.
-¡Y a mí qué me interesa el sindicato de qué! Ustedes son mis representantes... ustedes una vez más traicionaron al pueblo... ¿o hay que ser afiliado para que te toque en suerte una casa? Ya la otra vez me dejaron afuera. Quise reclamar y mis papeles ni siquiera fueron enviados al instituto de vivienda.
-No pero... esta vez fue diferente
-¿Diferente a qué? Si tanto te ofendió la carta demostráme que estoy equivocado... y te pido disculpas públicas, si es necesario. Esto que hicieron fue una chanchada, lo peor de la corrupción porque jugaron con la ilusión de la gente.
-¿Sabés qué pasa Máximo? Acá es siempre igual: dos se quejan, todos dicen que me quieren pegar o colgar en la plaza pero nadie nunca hace nada. El único que movió un pelo haciendo algo de ruido fuiste vos. Además nosotros no tuvimos nada que ver con la confección de las listas. ¿O te pensás que a mí no me da por las pelotas que esta piquetera de mierda (por Madre Grimaldi) me venga a incendiar cubiertas día por medio frente al ayuntamiento?
-¡Claro! ¡Y para que no te joda le entregás una casa que no te va a pagar y que no puede nunca haber justificado esos ingresos. ¡Si cobra un subsidio! ¿En qué quedamos?
-Nooo. Ojo que le subsidio no se lo da el ayuntamiento... lo recibe a través de una institución sindical...
-¿Y qué? ¿Jugaron al inocente? Todos sabemos que cobra subsidio por desempleo... las listas están todos los meses en la cartelera municipal a la vista de todo el pueblo ¿y qué? ¿Ustedes no lo sabían?
-Sí pero no-se-lo-da-mos-no-so-tros.
-No querés entender ¿o me tomás por qué? Si cobra subsidio se cae de maduro que no puede acreditar el ingreso mínimo. Mirá Gonzalo esto tiene dos maneras de solucionarse: o políticamente o en la justicia.
- Entendéme que no puedo echar a nadie para darte el lugar a vos. ¡Se me viene el mundo encima! ¿Cómo hago?
-No... pará que yo no soy como ustedes. La solución política es que voltees a los “colgados” y así de manera natural subimos en la lista los que quedamos fuera por la chanchada que se mandaron. Si vos sabés que “colgados” hay como veinte-. Mientras decía esto Máximo se ponía de pie y Antonov lo acompañaba hasta la puerta del despacho. Se saludaron nuevamente de mano a pesar de la repulsión que esto causaba a ambos. Finalmente por congraciarse Antonov la terminó de embarrar:
- Mirá... lo único que puedo ofrecerte es, si se cae uno del plan de sindicato... ahí sí te puedo acomodar. Ahí es distinto.
-No gracias. ¿Qué? ¿Me vas a acomodar justo a mí? No. Acomodá a uno de tus falderos. Además. A mí me corresponde lugar en el plan. Me co-rres-pon-de. No quiero que me acomodes en ningún lugar. Quiero sólo lo que me corresponde legalmente... y por los años que llevo aquí.
-Yo te diría que te quedes tranquilo, que no hagas nada y te prometo... que casi seguro se caen algunos y vos entrás.
-No, no creo en promesas, menos tuyas... y por qué estás tan seguro que se caen y yo entro... estoy octavo suplente. Es mucho... salvo que sí tenga plena razón en lo del acomodo. Pagaron favores políticos con las casas ya sabiendo que algunos no calificaban-. Realizó un ademán de saludo con la cabeza- fijáte- y salió de la oficina.
Esa misma noche llamaron a la puerta de la casa de Sottocorno El criador de Dogos, el hijo del bancario, un empleado de “Cerdolin” y la maestra de cuarto grado. Fueron recibidos por Carmela. Una vez dentro, wishky mediante y luego de algunas banalidades de rigor, entraron en tema. La primera pedrada fue lanzada por el perrero:
-Te preguntarás el por qué de esta visita inesperada.
- Me imagino ¿tiene que ver con la publicación de la carta?
- Qué bronca me dio ver ese listado... escuchame: nosotros ni siquiera figuramos ¿te parece? Yo, escuchame: ¿cuánto hace que estás viviendo acá?
-Más de diez años.
-¡Claaaaro! Imaginate, yo nací acá. Estoy completamente de acuerdo con vos y con lo que publicaste en la carta. ¡A estos hijos de puta hay que pararlos! No sé. ¡Hay que hacer algo! ¡Esto no puede ser!
La conversación se extendió por varios minutos oficiando de interlocutores Máximo y el perrero más el agregado de los comentarios y acotaciones de porte menor por parte de los demás concurrentes. Quedaron de acuerdo en presentarse en la concejalía al día siguiente a lo que algunos de los presentes se excusaron por tener que trabajar en ese horario.
Al la mañana siguiente 10.25 Máximo Sottocorno llegó hasta la concejalía. Notó casi con inocente alegría que en el mural de acceso la palabra “Honorable” se hallaba casi por completo desdibujada. Ingresó por la puerta principal del recinto. Ahí adentro se hallaban Paola Tapia, la maestra Ingrid García, Mariela Tapia, el empleado de Cerdolín Pedro González y la señora del perrero Paula Sacco. Se saludaron y presentaron los que aún no se conocían. Comentaban, todavía con cierto decoro, la indecorosa actuación del ayuntamiento en éste, como en tantos otros asuntos, cuando se abrió la puerta del bunker y asomó Timoteo Cordones: - Máximo, pasá.
-Buen día- respondió Sottocorno- ellos vienen conmigo- y sin esperar respuesta alguna todos ingresaron “copando” la diminuta habitación que oficiaba de secretaría de la concejalía. Máximo se sentó en la silla que amablemente (o por reflejo) le ofreció Timoteo. Al instante quedó rodeado por las personas que le acompañaban. Se miraron con el desconcierto del ahora presidente y en un ademán digno de un director de orquesta Máximo señaló a sus acompañantes y éstos arremetieron verbalmente contra Timoteo expresándole su desprecio y toda clase de reproches respecto al plan.
Los concurrentes nombraban Preadjudicatarios y motivos por los cuales no deberían estar en la lista, El consejero se desentendía. Los concurrentes arremetían y sentenciaban:-¡Nos conocemos todos!
El consejero decía haber ido personalmente a la capital de la comunidad regional a buscar los listados porque el real instituto de la vivienda nunca los remitía. Los concurrentes retrucaban citando las palabras de Antonov que aseguraba que habían llegado por correo.
Los concurrentes cuestionaban el sistema de acreditación de puntajes. El consejero decía no tener ingerencia en el caso.
Máximo Sottocorno hizo referencia a uno de los pasajes de su carta. Timoteo Cordones respondió “ni haberla leído” -Sí me enteré; pero la verdad que ni la leí.
Los concurrentes acusaron de maniobras corruptas durante la selección de preadjudicatarios. –Mirá – respondió Cordones- lo que denunciás en tu carta..
-No denuncio, cuestiono.
-Bueno, es lo mismo.
-No. El concepto es diferente.
-Bueno, lo que denunciás o cuestionas en tu carta no es tan así.
-¿Cómo, no es que no la habías leído?
-No, no. No la leí pero cuando fui a verlo a Gonzalo me comentó más o menos. O sea... no es tan así como decís vos. (Luego se filtraría la información de que sí la habían leído juntos. Que Antonov tuvo un ataque de furia al leer la publicación de Sottocorno e inmediatamente llamó al flamante suplente de Dora Beata de la Cruz y rabiaron juntos un buen rato. Ahora que ya todo ha pasado, como mero observador de los sucesos acaecidos ¿no se daban cuenta de las permanentes contradicciones en las que incurrían? Además si no era tan así... es que algo había y, de eso, eran plenamente concientes.) La conversación languideció hasta pasadas las catorce horas. En un momento álgido de la discusión Timoteo quiso inclinar a su favor la desbalanceada balanza política prometiendo una promesa que una vez prometida, prometía ser herramienta en su contra ya que él juraba que ninguna casa se habría de entregar como cumplimiento de ningún tipo de promesa política.
-Tranquilícense. No hagan lío ahora y les prometo que en poco tiempo impulsaremos otro plan...
-Claro- interrumpió al unísono la voz de Máximo y de Paola Tapia- y de aquí a cinco o seis años otra vez quedamos afuera porque siempre hay a quien acomodar.
-Es una posibilidad- se entrometió Catalina Ballesta. Estaba por comenzar a fundamentar su feliz intento pero fue cortada en seco por Pedro:
-¡Perdón Catalina! ¿Vos qué hacés acá?
-Soy la secretaria...
-Disculpá. No te vinimos a ver a vos que sólo sos una simple empleada. Vinimos a presentar una queja a “nuestros representantes”. Vos no tenés nada que hacer.
-Bué. Yo sólo decía que era una posibilidad.
Y esto sorprendió porque todos en González Plata sabían que no era fácil bajo ningún concepto hacer callar a Catalina... menos aún si se trataba de defender a Antonov o al ayuntamiento de los cuales ella era algo más que hiperobsecuente. Timoteo había leído (porque lo escuchó en un programa de tevé) el príncipe; no había superado la mitad del primer capítulo. Pero algo le había quedado claro: dejar siempre la puerta abierta. En realidad él lo comentaba como estrategia política de Maquiavelo siendo que en confianza había comentado que alguien por allí le había dicho que Maquiavelo daba el consejo de no cerrar nunca una puerta en diplomacia.
-Denme unos días para revisar los papeles y ver qué puedo hacer. El martes que viene vengan por acá y... bueno... ahí veremos.
Los días fueron transcurriendo entre conciliábulos y felicitaciones cada vez por parte de más vecinos que comenzaban a demostrar su aversión por el perpetuo gobierno municipal. También entre miradas amenazantes surgidas del pequeño grupo de “colgados” que veían temblar la seguridad de su premio por las últimas elecciones. El jueves llega al grupo la información de que se realizaría una reunión general para determinar algunas cuestiones referentes al recupero del terreno y solares que ocuparía cada una de las viviendas.
Viernes a última hora, en el recinto municipal de “El centro cultural” (otrora casa de la cultura ahora políticamente en manos del ayuntamiento) Antonov preparaba el “garguero[1]” para el que sería su primer gran discurso rumbo a las nuevas elecciones y tal vez su ascenso ya a otra clase social puesto que dada la cantidad de años que mantenía el poder en la aldea deseaba asegurarse con un título nobiliario. Nada más lejos de la realidad. Flotando dentro de su propio entusiasmo no distinguió la presencia en la primera fila de Paola Tapia y su marido. Ni del perrero, ni de... ni de... sólo notó que la concurrencia era bastante superior a lo imaginado. Había en los fondos del recinto y a los costados de las sillas dispuestas mucha gente de pie. “¿Tantos eran?” pensó el alcalde. La ceremonia comenzó más como discurso barato de comité partidario que como correspondería un acto público a cargo de un representante de la función de gobierno.
-Queridos vecinos: ¡Buenas noches! Bueno... ustedes fueron los preadjudicados del plan. Y vamos a ponernos de acuerdo en la manera en que vamos a organizar el recupero de los solares que ocuparán las casitas... ¡No se preocupen que acá ustedes son 55 “vecinos” (y el muy cínico utilizó con astucia de orador la palabra vecino como para enaltecer el espíritu de los simples ciudadanos convocados de la misma manera que un conductor en infracción le prodiga el título de “oficial” o “jefe” al agente de tránsito que acaba de detenerlo por cruzar en rojo un semáforo estando ebrio y sin licencia para conducir) felices... mientras que los demás andan todos por ahí diciendo o publicando que ustedes son todos acomodados!- y la risotada blasfema sacudió a poco más de la mitad de la concurrencia. El resto frunció el ceño ya por lo impropio del comentario ya por saber que sí, más de la mitad de las preadjudicaciones era dudosa. Sottocorno ubicado en el ala norte del edificio mordió sus labios por no arremeter a los gritos. Pero sintió varias miradas, algunas amigas... otras inquisidoras que mejor hubieran deseado observarlo arder en aquella malograda hoguera de carnavalesca inquisición. Antonov luego de unas palabras huecas como chistes de comediante de cuarta cedió la palabra al Asesor legal. Éste dio detalles técnicos y contables de la operatoria y amenazó con desadjudicar a todo aquél que no cumpliera en rigor con el tiempo y la forma de pago. Uno de los calificados como suplente, en abierta alusión al “Colorados” preguntó qué pasaría si algún preadjudicado se divorciaba o estaba divorciado desde antes y no lo había declarado. A lo que Malaspina respondió con una broma diciendo que no había que tenerse tan mala fe que si habían vivido tanto tiempo juntos, no se vayan a separar justo ahora que iban a tener casa propia. La concurrencia volvió a festejar el chiste y se desoyó la protesta del ciudadano que no sentía respondido su cuestionamiento. Hora y media después el recinto comenzaba a desocuparse de preadjudicados y Gonzalito entonces se percató de la presencia de los mismos de siempre y de sus “otros” invitados.
Antonov se hallaba solo y en manos por poco de una horda. Paco y demás asesores habíanse esfumado dado la altura horaria excedente en más que varios minutos al horario estipulado por contrato. Juntó con temblorosas manos los papeles aún sobre el improvisado escritorio, cerró con llave su maletín y sonrisa mediante intentó salir rápidamente de la escena. El paso le fue cerrado por el Perrero: ¡Gonzalo disculpá! ¿Podemos hablar con vos? El alcalde detuvo un instante la marcha, alzó la mirada y se encontró rodeado por no menos de veinte personas que arremetieron contra él y sus acomodaditos pre adjudicatarios con toda clase de argumentos. Mas tarde se sabría que en su gran mayoría los argumentos constaban de exactitud quirúrgica.
- Que mirá el Colorados todos sabemos la historia. Que la Comecoqui, Que el Malavida es casi millonario, Que el Sr. Vallemar tiene un terreno del ayuntamiento, Que la empleada del “El Plateado”, Que éste... que aquél.
Sabiéndose sin argumento posible el alcalde recurrió a la argumentación falaz e intentó enumerar toooodas las grandes acciones de su gobierno: -Bueno... ustedes se quejan pero hay que ver dónde encuentran un alcalde que haga lo que yo- Que el agua potable, que las cloacas, que el loteo, que... Que todas cosas que sólo habían beneficiado a obsecuentes y afiliados.
En ese instante uno de los ciudadanos enarboló una silla y blandiéndola arremetió contra Antonov. Entre Máximo y el marido de Tapia lo detuvieron, situación que aprovechó el alcalde para evadir el cerco humano, saludar con un ademán y una sonrisa e irse.