Y ahí estaba, escondido detrás de unos colmillos del tamaño de porrones
de cerveza y de la misma manera chorreando espuma que burbujeaba entre los
acordes del trueno iracundo de Cerbero: un doberman que lo miraba como
diciéndole “si no me sujetara esta maldita cadena serías mi cena”. El perro estaba cerrando el camino a seguir
por Máximo y mostraba unas terribles ganas de comenzar a ladrar. Si esto
sucedía la presencia de Sottocorno estaría puesta en evidencia. De manera casi
imperceptible fue desplazándose para atrás mientras se quitaba uno de sus
zapatos con el pié. El doberman atacó y al no poder tomar presa comenzó a
ladrar. El intruso rápidamente se quitó una media y se la arrojó por el hocico
logrando entretener al can para así poder desembarazarse de tal situación.
“Nunca falla”pensó.
En la oficina de control uno de los guardias dormía y el otro entre
bostezos y un sorbo de café vio que el perro del estacionamiento atacaba y
destrozaba algo entre sus mandíbulas. Dio el pertinente aviso por handi.
Sottocorno, una vez lejos del estacionamiento, escuchó a lo lejos el ruido a
estática de los intercomunicadores y sin prisa trepó a uno de los pinos que
había en el patio trasero de palacio. Dos minutos después dos guardias vestidos
como soldados del renacimiento pasaban inocentes debajo de él rumbo al
estacionamiento.
-Atento, atento... ¿control?
-Aquí control, ¡diga fondo uno! ... ¿alguna novedad en la cochera?
- Negativo, control. Todo en orden,
aquí el canino tiene algo que parece ser un trapo en su boca.
y sin
apagar el transmisor uno de los custodios intentó congraciarse con el
animal:
-Lindo perrito... ¡a ver! ¡Muéstrele al tío qué tiene ahí!
Estúpidamente
el hombre intentó sacarle el trapo al can para verificar su origen. Extendió su
mano enseñándosela al perro. Éste dejó caer la media de Sottocorno y en un
veloz movimiento de hocico mordió violentamente al custodio. Quien intentó
quitar su mano logrando contrariamente mayor presión de las mandíbulas sobre su
mano.
–Ahhhh! ¡Perro de mierda, largá!
En los monitores de la oficina de control los adormilados vigilantes
despertaron sobresaltados, abandonaron su sopor estupefactos viendo como el
doberman de la cochera cercenaba la mano del custodio confiado. E
inmediatamente dieron parte del asunto. Gritos, sirenas y corridas fueron
observadas por Máximo desde su apostadero sobre el pino del parque que separaba
el estacionamiento de la capilla. La ambulancia se detuvo en el acceso al
estacionamiento. Llegaron corriendo varios guardias más respondiendo al llamado
de “emergencia en el estacionamiento”. A palazos lograron que el perro soltara
al custodio herido. Éste se encontraba en estado de Shok por la cantidad de
sangre que había perdido.
Saldo del enfrenamiento: Doberman tres; custodios cero.
Es decir que no lograron sacarle el trapo que masticaba el perro (léase media
sucia / calcetín hediondo); un custodio con amputación parcial de extremidad
superior derecha, segundo custodio presentando el faltante de uno de sus
borceguíes, tercer custodio con la marca supurante de tres colmillos caninos en
su zona posterior (pompis carcomidas). El cuarto custodio (el que aporreó al
can) perdió su cachiporra pero salió ileso ya que las luces y el aullido de la
ambulancia desviaron su atención. ¡Lindo perro! No por nada le confiaron la
seguridad del recinto.
Como todo un veterano, Sottocorno sabía aprovechar cualquier situación
para descansar. En estas situaciones uno nunca sabe cuanto tiempo estará sin
dormir. Estaba dormitando cuando el trino de las aves preludiando la alborada
lo trajeron a la realidad. Se deslizó hasta el suelo. Miró en derredor y de un
pique llegó hasta el portón de la capilla. No sin llamar la atención del
doberman que desde el extremo de la cadena a las puertas de la cochera le dedicó
algunos ladridos. Empujó firmemente la pesada puerta de madera y esta le negó
el paso. Repitió con mayor entusiasmo la operación y nada.
-Pero qué!- dijo-
¿La casa de Dios no debe estar siempre abierta para que sus hijos puedan
ingresar cuando necesiten?- ahora con fastidio.
Del cielo una voz como un trueno respondió:
-¿Acaso no eres ateo? ¿Qué
pretendes entonces?
Máximo giró sobre sus talones y buscó el origen de esa voz.
La mañana venía tormentosa. Atribuyó la sensación al tronar de las nubes y al
cansancio. Halló una construcción aledaña y la supuso aposento parroquial.
Tanteó la puerta y ésta se hallaba sin traba por lo que ingresó con cierto
apuro. Improvisó con las fundas de almohadas correas y mordaza con las que
(aprovechando su profundo dormir) inmovilizó y calló al obispo. A continuación
se cercioró que estuviesen trabadas puertas y ventanas y se dispuso a dormir.
Durmió plácidamente hasta alrededor de las 10 AM, hora en que le
despertaron los violentos golpes que llamaban a la puerta:
-¡Obispo, obispo! Se
ha quedado dormido. Debe confesar a su excelencia y darle la comunión por ser
hoy el día de su santo.
Máximo simuló una tos seca como de perro y respondió sólo con la eme:
-¡M! MmM! Cof, cof!
Enseguida observó que el
verdadero obispo comenzaba a despertar. Y le dio los buenos días con un
tremendo porrazo en la cabeza que le prolongó el sueño. Lo acomodó
convenientemente boca abajo y obstruyó todo ángulo de visión desde la posición
del cura para que no lo viese al regresar. Buscó entre el vestuario
eclesiástico algo que le quedara en talle; pero el obispo era por lo menos tres
talles menor que él. Al fondo de uno de los roperos encontró un viejo traje
franciscano que sería sin duda de un obispo anterior, estaba raído y con olor a
humedad además de ser muy grande. Lo preparó y le echó del desodorante del
obispo que a su vez aprovechó para echarse encima y ahorrarse un baño. Se calzó
el disfraz, se tapó la cabeza con la capucha y con el corazón a 10.500 RPM
partió a paso lento hacia la capilla. Sendos custodios que se hallaban
adornando la entrada de la capilla lo miraron no sin asombro. Sottocorno apenas
alzó su mano derecha y simuló una cruz de ademanes. En el atrio de la capilla
de palacio desvió y se encaminó por la nave izquierda rumbo al confesionario
siempre ocultando su identidad bajo los atavíos monásticos. Una vez que hubo
ingresado al confesionario simuló reiteradas toses y carrasperas. Respiró
hondo, abrió la ventanita, con voz temblorosa de catarro padrísimo:
-Perdóname
padre confieso que he pecado- dijo y al instante cayó en la cuenta de su error.
- Si tú has pecado que eres el representante de Cristo en mi país ¿qué
queda para mí Señor?- respondió el rey.
-Tú lo sabrás, hijo. Por algo necesitas de la confesión hoy, día de tu
santo.
-Es verdad padre... creo... creo que no soy digno de la posición que me
asignó Dios como rey de este pueblo. He caído, en cierto modo en el delirio de
los reyes franceses. Me he alejado de la voluntad de Dios... y de la voluntad
de mi gente.
-Mira, hijo mío: si Dios me dejó llegar hasta aquí será para que
escuches mi palabra. Tu pueblo sufre y no lejos está de tomar otra vez las
armas. He visto cosas horribles en los confines del territorio nacional, cerca
de la desembocadura del río Blanco. Un alcalde que arregla con tus ministros.
Aquí sin ir tan lejos. Los gremialistas docentes que pidieron una audiencia
contigo fueron expulsados y la audiencia negada.
-¿Qué audiencia? ¡Nadie me informó!
- Es lo que pasa mi hijo. Todo el reino se está moviendo a tus
espaldas. Y tú pareces en el más placentero de los sueños. Deberías recorrer
tus dominios, hablar con la gente, visitar instituciones. Hablar con los niños,
con los obreros, con los docentes. Ver cuáles son las necesidades de tu gente y
cuáles sus deseos. Así tu nombre quedará en las páginas grandes de la historia.
Hablando de historia y como ejemplo más que suficiente de mis palabras. En el
pueblo del Coronel González Plata, ése hombre que ayudó a tu padre a extender
sus dominios más allá de la civilización y que en su honor se nominara el
poblado. Allí un alcalde corrupto y tirano con la connivencia de varios de tus
ministros ha obliterado de los programas de estudio los contenidos referidos a
la enseñanza de las hazañas de los antiguos, reyes, caballeros, patriotas. Y ha
omitido por decreto y so pena de expulsión la realización de fiestas patrias,
agregando en su lugar horas de lengua y matemática. Eliminando así el derecho
del pueblo, entre otras cosas a festejar.
-¡Imposible!- gritó el rey- ¡colgaré al responsable!
- Tranquilo hijo- susurró el falso obispo- primero recorre tu tierra y
habla con tu gente. Sé justo y tendrás larga vida y bienestar en tu reino-.
Simuló nuevamente carraspera y tos- reza un rosario completo y ve con dios.
Tosió nuevamente -tus pecados te son perdonados (Ego te absolvo)
Sin esperar respuesta cerró
la tapa de madera labrada del confesionario y se retiró ante la sorpresa de
todos los que esperaban su turno de confesión. Uno intentó hablarle pero el
sacerdote lo apartó con el brazo y le hizo una enérgica señal negativa. Tosió y
balbuceó:
-Estoy mal.
Una vez en la casa parroquial se acercó semiescondido hasta el
verdadero obispo que estaba desconcertado ante el secuestro en sus propios
aposentos. Volvió a golpearlo, volvió a dejarlo inconsciente. Recorrió la
habitación buscando algo de alcohol. En la cocina encontró unas botellas de
coñac de buena marca. Destapó una, brindó a su propia salud y se empinó unos
cuantos tragos. Acto seguido desamordazó y desató a su rehén, luego le roció el
resto del coñac por la cara y dentro de la boca (con lo que casi lo mata). Se
quitó las vestiduras franciscanas y las guardó prolijamente en su lugar.
Escondió arriba de uno de los roperos las fundas hechas jirones de la mordaza y
ataduras. Acomodó la botella entre las manos del Siervo de Dios, destapó la
otra botella y la vació casi en su totalidad en el inodoro. Tiró a cadena.
Entretanto en la capilla el obispo auxiliar comenzaba la ceremonia de la misa.
Se asomó y observó el parque desierto. Estaba por largarse a la carrera bajo el
sol hacia la cochera y recordó al perro. Cerró la puerta, se agachó y se quitó
la otra media, ahora con un buen rato más de uso. Al incorporarse notó un hedor
rancio y vio su calcetín mantenerse tieso como si fuese de cartón. Cruzó a la
carrera, en el estacionamiento se topó con el doberman. Le lanzó el calcetín a
la boca mientras se zambullía entre los automóviles allí aparcados. El perro
entretenía su furia contra el regalo de Máximo y éste reptó buscando el
vehículo que lo sacara de allí.
-¿Ves movimiento extraño en el garaje?- preguntó
uno de los custodios de la oficina de control-¿qué tiene el perro en la
boca?¿De donde sacó ese trapo ahora?
-Yo no voy ni loco- respondió el otro
custodio- Andá vos si querés que te muerda
- No yo tampoco voy ¿Quién va a
entrar con esa bestia?
Otra
vez dentro del Rolls-Royce volcó los restos de coñac de la segunda botella al
tiempo que decía "perdóname padre estoy cometiendo pecado". Rebatió el respaldo
del asiento trasero e ingresó en el baúl abandonando en el habitáculo la
botella. Intentó tres veces acomodar el respaldo hasta que quedó de manera
aceptable. Y esperó su suerte. Si todo salía bien alguien pediría explicaciones
por la borrachera del obispo en el Santo del rey. Buscarían al chofer e
investigarían a dónde se escapaba las noches de viernes.